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viernes, 16 de junio de 2017


MISTERIO DE LA INIQUIDAD EN FÁTIMA. SIMBOLOGÍA OCULTISTA EN FÁTIMA. TERCERA Y ÚLTIMA PARTE

3 horas ago . by Como Vara de Almendro



Concluimos esta tercera parte el día del Corpus Christi.

Nos resta considerar algo bastante inquietante relacionado con la visita del obispo vestido de blanco a Fátima: la presencia de simbología ocultista tanto en los carteles promocionales, como en las misas y celebraciones durante la visita. Particularmente, uno de ellos me ha preocupado bastante.



En primer lugar, fijémonos en el cartel promocional. Aparte de que, por lo general, no me gusta nada en absoluto la tendencia horizontalista, inmanentista y rallana en el culto a la personalidad que tienen los carteles utilizados por la Iglesia para cualquier cosa, sean las JMJ, sean las campañas del IRPF, sean promociones de Cáritas, sean viajes pontificios, y que tanto me recuerda aquella feliz expresión del P. Menvielle, “Iglesia de la publicidad”; menos grato es aún que en los carteles aparezcan, bajo apariencia cristiana, elementos que no lo son. En el cartel de Fátima figura, bajo apariencia de un “rosario” al que se ha dado forma de corazón -algo tan del cursi gusto de la Nueva Era- , un mala budista. Fíjense bien los lectores en la imagen del cartel y verán enseguida que un rosario no es, porque no tiene las cinco cuentas correspondientes a los padrenuestros, separando las decenas de avemarías. Dirá el lector que no hay que ser tan exagerado, pues se trata de una representación esquemática. Pues al menos, aunque sea esquemático, que tenga el número de cuentas propio y característico del rosario católico, más aún si el dicho rosario representado esquemáticamente va a figurar en un cartel relacionado con Fátima. Tuve la ocurrencia de contar las cuentas del “rosario” del cartel, y resultaron ser 60. Enseguida pensé en el tabish musulmán e inevitablemente me vino a la mente “ya están promocionando otra vez el dichoso ecumenismo y el indiferentismo religioso”. Pero no es un tabish, pues tal como me informó un amigo conocedor de estas simbologías, resulta ser un mala budista. El mala suele tener 108 cuentas, pero su número puede ser distinto según sean los rituales en que se utilice. Así, por ejemplo, según me documenta e informa este amigo, el mala de 60 cuentas se usa en los rituales fieros de destrucción, se compone con semillas de rudraksha, que representan los ojos del dios Shiva, el dios de la destrucción: (aquí).

De manera que publicitariamente el cartel está sugiriendo que se van a practicar rituales de destrucción en Fátima o de Fátima.

Como hemos estudiado en las partes primera y segunda, tanto en los días precedentes, como durante la visita a Fátima, se ha negado la realidad de las apariciones -por parte del sacerdote portugués Anselo Borges-, se ha negado el dogma de las asunción de la Virgen María al Cielo -por este mismo-, se ha negado o al menos ridiculizado su intermediación -directamente por el mismo Francisco- , y por fin, se ha negado la realidad de los castigos divinos -también por Francisco- , por lo que podemos decir que se ha llevado a cabo -se continúa llevando a cabo- una tarea de destrucción del significado y mensaje de Fátima, como un eslabón más inserto en la tarea de destrucción general de cuanto de católico resta en la Iglesia, a la que se va vaciando de su contenido sobrenatural cada vez más, reduciéndola a una suerte de ONG filantrópica y ecologista.

La cruz utilizada en el cartel, que aparece rematando el mala y sobre la I del nombre Francisco, bajo apariencia de criz griega, es en realidad una cruz cuadrata, representativa del equilibrio entre las fuerzas activas y pasivas de la vida, los principios de Sattwa y Tamas del hinduismo, los equinoccios y los solsticios de la astronomía, la conciencia sujeta al tiempo. Y no es baladí o carente de importancia el uso de símbolos no cristianos correspondientes a otras religiones en toda esa cartelería, como no lo es que cualquier bautizado haga o participe en rituales de otras religiones, porque hemos de decir con San Pablo:

“¿Qué os digo, pues? ¿Que lo inmolado a los ídolos es algo? ¿O que los ídolos son algo? Pero si lo que inmolan los gentiles, ¡lo inmolan a los demonios y no a Dios!, y yo no quiero que entréis en comunión con los demonios. No podéis beber de la copa del Señor y de la copa de los demonios. No podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios” (1 Cor., 10, 20 – 21). De manera que hemos de tener presente y muy clara esta dicotomía: no hay más religión verdadera y culto grato a Dios que el ofrecido por la Iglesia Católica, y fuera de ésta no hay salvación. Lo demás, todo lo demás, absolutamente TODO LO DEMÁS es culto a los demonios.

Compárese ese “rosario” del cartel con este otro que aparece en la convocatoria a rezar el rosario en Granada en desagravio por haberse permitido por el ayuntamiento de esa ciudad que los musulmanes rezaran sus oraciones del ramadán a los pies de una imagen de la Inmaculada. En este cartel, el rosario aparece dibujado muy esquemáticamente también, muy estilizado y simplificado. Pero sí es inequívocamente un rosario, que envuelve un rostro que también inequívocamente representa a la Virgen Santísima. Desde luego, está clara la diferencia entre carteles hechos por católicos con intención católica, ycarteles que al menos no responden con claridad por su simbología a una intención católica.


En segundo lugar, durante la visita del obispo vestido de blanco a Fátima, hemos observado varias cosas, algunas de las cuales son directa y significativamente, símbolos ocultistas. La misa del día 13 se celebró ante un “retablo” -es un decir- que tiene una imagen que quiere o pretende ser de Cristo resucitado en ascensión al Cielo. Esta imagen está siempre allí, instalada ya en tiempos del feísmo modernista, tan inclinado a hacer que las iglesias parezcan naves industriales, aparcamientos de centros comerciales o hangares del Halcón Milenario antes que templos dedicados a Dios. Esta imagen es lo que Pio XII llamaba “resurrexifixes”, cuyo uso condenó en 1947 en la encíclica Mediator Dei:

Así, por ejemplo, se sale del recto camino quien desea devolver al altar su forma antigua de mesa (…) quien quiere hacer desaparecer en las imágenes del Redentor Crucificado los dolores acerbísimos que Él ha sufrido”.

Pero lo peor no es que se trate de un “resurrexifixes”, sino que se trata directamente de una imagen pagana hábilmente disimulada: es una representación de Ícaro en su vuelo ascendente hacia el sol. Observénse en las ilustraciones estas otras imágenes de Ícaro y compárense con el “resurrexifixes” que hay
 en Fátima. El mito pagano de Ícaro, resumiéndolo, relata como este personaje, que no era más que un hombre mortal, haciéndose unas alas con plumas pegadas entre sí con cera, intentó volar hasta el mismo sol y al acercarse, el calor derritió la cera, cayendo al mar. Es una alegoría del orgullo humano, del anhelo soberbio de ascender por si mismo y por las propias fuerzas a las alturas divinas, que tiene su castigo en el precipitarse al mar. Es, en definitiva, lo mismo que pretende el hombre moderno: autoredimirse, crear por sus propias fuerzas el paraíso terrenal en este mundo, sin contar con Dios, o incluso en contra de Dios, por lo que la presencia de ese Ícaro mal disimulado detrás del altar resulta bastante significativo, y muy apropiado para las directrices inmanentistas que guían ahora y desde hace décadas a la Iglesia Católica. Más aún, si nos fijamos bien en la imagen, tras ella aparece una cruz desnuda y el Ícaro -o el “resurrexifixes”, si se quiere- está delante de la cruz, separado de la misma y en posición ascendente o triunfante, como si iconográficamente quisiera decirnos que hay que superar la cruz, dejar atrás la cruz, lo cual es una negación visual del misterio de la cruz, y viendo

Más inquietante todavía que esto es el altar que se dispuso: a cada lado, tres velas negras o al menos, recubiertas de un cilindro negro, y el frontal del dicho altar, todo él negro, dando el conjunto una muy siniestra impresión.

La Iglesia Católica ha utilizado en el pasado, hasta la reforma litúrgica del Vaticano II, ornamentos negros, por ejemplo, en las misas de difuntos, pero nunca velas negras. Las velas que se utilizan en el culto católico son de cera pura de abejas, cuyo color natural es blanco, amarilleando un poco si tienen algo de polen, pero no se han puesto nunca en el altar velas negras, cosa propia de los rituales masónicos y de las “misas” negras.

Si confieso qué cosa me recordó la visión del dicho altar negro y con velas negras que se dispuso en Fátima, he de decir que me vino a la mente la misa negra celebrada en la capilla paulina del Vaticano el día de los santos Pedro y Pablo del año 1963, y que narra el P. Malachi Martin en su obra “El último papa” o “La casa batida por el viento” (Windswept House), cuya cita no excusaré:


Observese el color negro de los candelabros, algo inusual, 
como también la ausencia de velas de cera.

“El entronamiento del arcángel caído Lucifer tuvo lugar en los confines de la ciudadela católica romana el 29 de junio de 1963, fecha indicada para la promesa histórica a punto de convertirse en realidad. Como bien sabían los principales agentes de dicha ceremonia, la tradición satánica había pronosticado desde hacía mucho tiempo que la Hora del Príncipe llegaría en el momento en que un papa tomara el nombre del apóstol Pablo. Dicha condición, el indicio de que el «tiempo propicio» había empezado, acababa de cumplirse hacía ocho días con la elección del último sucesor de san Pedro.

Apenas habían dispuesto de tiempo para los complejos preparativos desde la finalización del cónclave pontificio, pero el tribunal supremo había decidido que no podía haber otra fecha más indicada para el entronamiento del príncipe que el día en que se celebraba la fiesta de ambos príncipes san Pedro y san Pablo, en la ciudadela. Y no podía haber lugar más idóneo que la propia capilla de San Pablo, situada como estaba tan cerca del palacio apostólico.

La complejidad de los preparativos se debía primordialmente a la naturaleza de la ceremonia. Las medidas de seguridad eran tan rígidas en el grupo de edificios vaticanos, entre los que se encuentra dicha histórica capilla, que los actos ceremoniales no podían pasar en modo alguno inadvertidas. Si se proponían alcanzar su objetivo, si el ascenso al trono del príncipe debía efectivamente realizarse en el «tiempo propicio», todos los elementos de la celebración del sacrificio del calvario serían trastornados por la otra celebración opuesta. Lo sagrado debería ser profano. Lo profano, adorado. A la representación no sangrienta del sacrificio del débil innominado en la cruz, debería sustituirla la violación suprema y sangrienta del propio innominado. La culpa debería aceptarse como inocencia. El dolor debería producir goce. La gracia, el arrepentimiento y el perdón debían ahogarse en la orgía de sus contrarios. Y todo debía hacerse sin cometer errores. La secuencia de acontecimientos, el significado de las palabras y las acciones, debían constituir en su conjunto la perfecta representación del sacrilegio, el máximo rito de la traición.

Este texto, aunque perteneciente a una novela, puede decirse que está corroborado en su veracidad no sólo por el autor, quien afirma la realidad histórica de la inmensa mayoría de los hechos narrados por él, sino de alguna manera, indirectamente, por Pablo VI en su célebre homilía del 29 de junio de 1972 (día de los santos apóstoles Pedro y Pablo):

¿Cómo ha ocurrido todo esto? (Que después del concilio viniera para la Iglesia un tiempo de nubes, de tempestad, de oscuridad, y no de primavera) Nos, os confiaremos nuestro pensamiento: ha habido un poder, un poder adverso. Digamos su nombre: el demonio. Este misterioso ser que está en la propia carta de San Pedro —que estamos comentando— y al que se hace alusión tantas y cuantas veces en el Evangelio —en los labios de Cristo— vuelve la mención de este enemigo del hombre. (En este enlace, para el lector curioso, la homilía completa en español)

Está confirmada también la realidad de la infiltración satánica en la Iglesia por alguien que nos debe ser digna de toda confianza: la Stma. Virgen María, que en su mensaje de 31 de octubre de 1973 dijo a sor Agnes, como hemos referido en la parte anterior:

“La obra del demonio infiltrará hasta dentro de la Iglesia de tal manera que se verán cardenales contra cardenales, obispos contra obispos. Los sacerdotes que me veneran serán despreciados y encontrarán oposición de sus compañeros…iglesias y altares saqueados; la Iglesia estará llena de aquellos que aceptan componendas y el demonio presionará a muchos sacerdotes y almas consagradas a dejar el servicio del Señor.”

Y está confirmado también por el P. Gabriel Amorth (que en Gloria esté), exorcista de Roma, quien declaró a Alexander Smoltczyk en una entrevista que éste la hizo en enero de 2008: “En el Vaticano hay sectas satánicas, no se ven, pero están allí”.

Por último, para quien esto escribe, una confirmación indirecta de esta realidad es la supresión de la oración a San Miguel arcángel al final de la misa, en contra de lo que había sido establecida por el papa León XIII después de haber tenido el 13 de octubre de 1884 (¡otra vez un 13 de octubre!) aquella visión en que el demonio anunciaba que podría destruir a la Iglesia en cien años si se le concedía suficiente poder sobre los que le sirven. La supresión de esta oración con poder exorcístico tuvo lugar con la reforma litúrgica derivada del concilio. Es decir, cronológicamente coincide con lo narrado por el P. Malachi Martin.

Soy consciente de que vivimos una etapa muy racionalista y escéptica en la Historia de la humanidad. Soy igualmente consciente también de que ese escepticismo tiene su asiento en la Iglesia: prueba reciente de ello es la negación, por parte del superior de los jesuitas, de la real existencia y real personalidad de los demonios, contradiciendo el dogma definido en el concilio de Letrán, en 1214; contradiciendo los Evangelios y, literalmente, tildando de embustero al mismo Cristo, Quien expulsó demonios y confirió este poder a los apóstoles. Soy consciente de todo esto. Por ello, quiero afirmar en contra de ese escepticismo generalizado, que yo sí creo. Creo en los demonios como seres personales, enemigos de Dios y de los hombres, creo en el infierno, y creo que existe un estado de guerra de esos demonios contra Dios, la Virgen María, Sus ángeles y la Iglesia, estado de guerra cuyo campo de batalla principal está en nuestras almas, y cuyo botín son nuestras almas, y que durará hasta el fin del mundo -individualmente para cada uno de nosotros, hasta el instante de nuestra muerte-; por eso, entra dentro de la lógica aceptar como posible, probable y verosímil lo que narra Malachi Martin. Por último, dada la infiltración de “la obra del demonio en la Iglesia”, entra dentro de lo posible, probable e igualmente verosímil que en Fátima se hayan usado símbolos ocultistas, como estamos describiendo.


A algún lector puede que le asuste saber de estas cosas, no tanto por la mención al demonio, que también, sino sobre todo por la acusación de infiltración satánica en la Iglesia. Por desgracia, no la hacemos sin fundamento, ni la hacemos por gusto. También nosotros querríamos que fuera de otra manera, que cada sacerdote, cada obispo, cada papa, fueran un ejemplo de santidad; pero… ¡tantas veces no estamos en posición de exigirlo!, puesto que nosotros mismos, los laicos, somos en muchas ocasiones esa cizaña de la parábola que convive con el trigo hasta el tiempo de la siega. Es la Palabra de Dios la que nos revela la actuación de este misterio de iniquidad en la Iglesia desde sus más remotos orígenes:
“5. ¿No os acordáis que ya os dije esto cuando estuve entre vosotros? 6. Vosotros sabéis qué es lo que ahora le retiene, para que se manifieste en su momento oportuno. 7. Porque el misterio de la impiedad ya está actuando. Tan sólo falta que sea quitado de en medio el que ahora le retiene,” II Tesalonicenses, 2
Dios permite el obrar de esta iniquidad, que no es otra cosa que el poder del reino de las tinieblas, el poder de los infiernos, el poder del pecado y del odio de los ángeles caídos alimentado por nuestros propios pecados; permite el obrar de esta iniquidad o impiedad -decíamos- para que se manifieste Su gloria, para que al final se vea claro que el triunfo es Suyo, y no obra de los hombres, no obra de doctrinas humanas, ni de sus políticas, ni de sus propósitos. Dios permitirá que la iniquidad de los infiernos alcance, – en el mundo, por supuesto, que está bajo su poder-, y dentro de la Iglesia, unas dimensiones tales que:
“8. entonces se manifestará el Impío, a quien el Señor destruirá con el soplo de su boca, y aniquilará con la manifestación de su Venida. 9. La venida del Impío estará señalada por el influjo de Satanás, con toda clase de milagros, señales, prodigios engañosos, 10. y todo tipo de maldades que seducirán a los que se han de condenar por no haber aceptado el amor de la verdad que les hubiera salvado. 11. Por eso Dios les envía un poder seductor que les hace creer en la mentira, 12. para que sean condenados todos cuantos no creyeron en la verdad y prefirieron la iniquidad.” (2 Tes. 2, 8-12)

La dimensión que la iniquidad alcanzará dentro de la Iglesia es tal que pervertirá la misma razón de su existencia, cual es servir de medio para la salvación de las almas. Llegará un momento -está llegando ya- en que dentro de la Iglesia la iniquidad del infierno tendrá tal dominio y poder que dejará de servir a la salvación de las almas, para pasar a servir a su perdición. Dado que la redacción de este artículo en sus tres partes me ha llevado bastante tiempo, hemos podido tener noticia de un suceso terrible que nos revela, para quien quiera verlo, que el poder de la impiedad dentro de la Iglesia está llegando a su culmen. En una diócesis argentina se ha celebrado una misa por el obispo para dar la comunión a 30 parejas que viven juntas o están casadas por lo civil habiéndose divorciado previamente de sus verdaderos cónyuges, hecho que Cristo en el Evangelio califica como adulterio. La noticia no dice que las tales 30 parejas se confesaran antes de comulgar, haciendo el propósito firme al menos de vivir en continencia, como dice Juan Pablo II en la Familiaris consortio nº 84, sino que tras un “camino de discernimiento” en unos encuentros sabatinos durante 6 meses, han llegado a la conclusión de que pueden
comulgar. Si los hechos se han consumado de tal manera, y ese “camino de
discernimiento” es un eufemismo para decir que no se han arrepentido, ni confesado, ni hecho firme propósito de enmendar su vida al menos como enseñaba Juan Pablo II, resulta que la celebración de esa misa y ese dar la comunión ha significado un terrible salto cualitativo consistente en pasar de la mera negligencia despreocupada del estado del alma de cada fiel que se acerca a comulgar, al dolo malicioso de consagrar con el horrible propósito sacrílego de dar de comer a los comulgantes su propia condenación (aquí).


Y ello, prácticamente al mismo tiempo que otros obispos, los de Polonia, dicen claramente que no se puede comulgar estando en pecado, citando la doctrina católica recapitulada en la Familiaris Consortio nº 84. (aquí).

En palabras del obispo polaco Pawel Rytel-Andrianik:

«Sin embargo, la Iglesia reafirma su práctica, fundándose en la Sagrada Escritura reafirma su praxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía», escribió.

«Hay además otro motivo pastoral: si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio».

Quien no tenga el entendimiento nublado, verá claramente en este hecho Iglesia -el último de una larga serie de acontecimientos-, una evidencia de la monstruosa dimensión alcanzada por el misterio de iniquidad dentro de la Iglesia, y el cumplimiento de aquellas palabras de la Stma. Virgen María en Akita, el 13 de Octubre de 1973:

“La obra del demonio infiltrará hasta dentro de la Iglesia de tal manera que se verán cardenales contra cardenales, obispos contra obispos. Los sacerdotes que me veneran serán despreciados y encontrarán oposición de sus compañeros… la Iglesia estará llena de aquellos que aceptan componendas y el demonio presionará a muchos sacerdotes y almas consagradas a dejar el servicio del Señor.”

Pronto Saruman, por inspiración de Melkhor, consumará su traición instalando en el altar de Dios Eucaristía la abominación desoladora, entonces, retirado el último obstáculo, Sauron se manifestará, y sus legiones de orcos marcharán sobre la faz de la Tierra sumiéndola en la oscuridad de su horrible tiranía. La Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, seguirá al Señor en su Pasión y Muerte, porque no es mayor el discípulo que Su maestro. Pero como está prometido que las fuerzas del infierno no prevalecerán, cuando estas cosas sucedan, que están próximas, cobrad ánimo, pues estará cerca nuestra liberación: llegarán los días del Rey de reyes, que aniquilará a los impíos con la manifestación de Su Parousía.

Rafael de Isaba y Goyeneche




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