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acercarlos a Nuestros Corazones"




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LAS HORAS DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Las veinticuatro horas de la Pasión

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Meditaciones Sobre la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.
Para acompañar a Nuestro Señor Jesucristo, en cada Hora de su Pasión

Por Luisa Picarretta, hija de la Divina Voluntad. 
(En proceso de Beatificación)



HORA DE SAN JOSÉ
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Mensajes de Dios y la Virgen María (MDM)
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Por RORATE CÆLI -23/11/2014


viernes, 19 de mayo de 2017



Nada tengo que ver con Lutero, rechazo a Calvino…

19/05/17 12:05 AM

Tradicionalmente los misioneros católicos hicieron gala, con santo orgullo, de un entusiasta y fogoso proselitismo. Derrocharon desbordante celo por la exaltación de la Santa Iglesia Católica en todo el mundo. No cesaban nunca de combatir con firmeza a los herejes que ponían en jaque a la verdadera religión con el consiguiente peligro para las almas.

Hoy en día, en estos tiempos en donde se evita a toda costa la confrontación con el error pareciera que todo vale y no pasa nada. Gravísimos errores doctrinales, morales y de todo tipo se filtran como agua pútrida por el gigantesco colador de relativismo y se difuminan de tal manera que se mezclan con la Verdad cristalina en un océano grisáceo de gran confusión.

Actualmente está más viva que nunca la herejía del irenismo, palabra proveniente del término griego irene, que significa paz. Esta letal herejía pretende la pacífica convivencia y el dialogo con los herejes e infieles en detrimento de la verdadera Fe. Destruye por completo la verdadera identidad católica. Se pretende buscar un espíritu malsano de consenso, de diálogo con el error, de relativismo moral y de perverso ecumenismo, que relega los dogmas católicos a un plano secundario e irrelevante.

El Papa Pío XI definió como «ignominiosa» la colocación de la religión verdadera de Jesucristo «en el mismo nivel de las falsas religiones» (SS. Pío XI, encíclica Quas Primas). El Papa Pío XII, en la Encíclica “Humani Generis” advertía también sobre el grave peligro del “irenismo”.

Fieles a la Tradición de la Iglesia

Para combatir la mortífera deserción del irenismo hoy más que nunca necesitamos permanecer fieles a la Tradición de la Iglesia que ha custodiado integro el depósito de la Fe, cuyas aguas límpidas son un surtidor inagotable de sana y perenne doctrina.

Uno de los santos que es más necesario que rescatemos del olvido es San Pedro Canisio, brillante jesuita del siglo XVI, Doctor de la Iglesia. Fue llamado el “Martillo de los Herejes” por la claridad y contundencia con la que combatía a los herejes protestantes.

Para empezar a conocer de manera sencilla a este grandísimo santo les invito a leer y a meditar su Confesión de Fe, una joya de la espiritualidad católica que debemos hacer vida en estos tiempos de tanta confusión.
Te confieso, Padre, señor del cielo y de la tierra, creador y redentor mío, mi fortaleza y salvación, que ya desde la infancia no dejaste de alimentarme y confortar mi corazón con el sagrado pan de tu palabra. Y para que no anduviera errante como las ovejas descarriadas que no tienen pastor, me acogiste en la casa de tu Iglesia, y después de acogerme me educaste, y después de educarme me conservaste e instruiste bajo la obediencia de aquellos maestros y pastores en los que has mandado que todos tus criados te oigan presente y obedezcan tu voz. 
Hago profesión pública para mi salvación de todo aquello que los católicos que poseen la fe verdadera creen en su corazón para su santificación. 
Nada tengo que ver con Lutero, rechazo a Calvino, anatematizo a todos los herejes; no quiero tener nada común con ellos, que no dicen ni sienten una misma cosa ni mantienen la misma regla de fe que la Iglesia una, santa, católica, apostólica y romana. A quien oye y sigue a Cristo, que enseña no solamente en la palabra escrita, sino que sentencia también como juez en los concilios ecuménicos, se hace oír en la cátedra de Pedro y da testimonio en los Padres, a ése me uno en comunión, y abrazo su fe, y sigo su religión, y apruebo su doctrina. 
Me confieso además miembro de la Iglesia romana y no me aparto ni lo más mínimo de la autoridad de esta Iglesia que otros blasfemos desprecian, persiguen y maldicen como anticristiana: no rechazo derramar la vida y la sangre en testimonio suyo y tengo confianza y total convencimiento de que los méritos de Cristo el señor y los dones del Espíritu Santo no me serán saludables a mí ni a los demás, a no ser dentro de su unidad. Profeso libremente con San Jerónimo: Quien se une a la cátedra de San Pedro, ése es mío. Y con San Ambrosio: Deseo seguir a la Iglesia romana en todas las cosas. 
Y con San Cipriano reconozco reverentemente que esta Iglesia romana es la raíz y el origen de la iglesia católica. En esta fe y doctrina que mamé de niño, que confirmé de joven, enseñé de adulto y defendí hasta hoy en la medida de mi pequeñez, encuentro mi descanso. Por lo demás, ni hasta ahora je desempeñado, ni en el futuro desempeñaré las funciones propias de un doctor católico por ninguna clase de ventaja temporal, ni para agradar a ningún hombre, o actuando contra mi conciencia (así Dios mío, deseo que me seas siempre propicio). 
Ninguna otra cosa me exige y arranca esta confesión que no sea la preocupación por tu nombre y honor, la fuerza de la verdad reconocida, la enseñanza de la Escritura canónica, la opinión de los Padres, el debido testimonio de la fe ante los hermanos y finalmente la esperada salvación en el cielo y la anunciada bienaventuranza para los que confiesan sinceramente la fe. 
Y si se me desprecia, ataca o expulsa por tal confesión, lo reconoceré y proclamaré como una singular gracia tuya, oh Dios, que en parte quieres que yo padezca por causa de la justicia, que es la suerte de los bienaventurados, y en parte no quieres que me sean benévolos -algo que hay que apuntar en la cuenta de las grandes ganancias- quienes no pueden ser amigos tuyos, puesto que se oponen abiertamente a tu Iglesia y a la verdad católica. 
Pero perdónalos, padre, perdónalos, porque o no saben o no quieren saber lo que hacen, estorbados en parte por el imperio del horrible Satanás y en parte por los engaños de la falsa doctrina. Te ruego me conserves siempre la gracia de que, vivo o muerto, no deje de testificar la sincera constancia y la constante sinceridad que te debo a Ti, a la Iglesia y a la verdad, y que nunca me aparte de tu caridad, haciéndome partícipe de ella con todos los que te temen y guardan tus mandamientos en la santa Iglesia romana, a cuyo juicio en definitiva someto no menos gustoso que reverente mi persona y todos mis escritos.
Colmen de elogios e invoquen por mí tu inmensa bondad todos los santos, tanto los que la Iglesia triunfante en el cielo como la militante en la tierra une y abraza firmísimamente con el único e indisoluble vínculo de la paz católica. Tú eres para mí el principio y el fin de todos los bienes: recibe de mí, por mí y a causa de mí alabanza, honor y gloria eterna.
Javier Navascués



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