"He venido por TODOS mis HIJOS con el deseo de
acercarlos a Nuestros Corazones"




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LAS HORAS DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Las veinticuatro horas de la Pasión

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Meditaciones Sobre la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.
Para acompañar a Nuestro Señor Jesucristo, en cada Hora de su Pasión

Por Luisa Picarretta, hija de la Divina Voluntad. 
(En proceso de Beatificación)



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Mensajes de Dios y la Virgen María (MDM)
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Por RORATE CÆLI -23/11/2014


lunes, 8 de junio de 2015

INSTITUCIÓN DE LA SAGRADA EUCARISTÍA - Catalina Emmerich

Octava meditación

INSTITUCIÓN DE LA SAGRADA EUCARISTÍA


Según indicaciones de Nuestro Señor, el sirviente principal volvió a disponer de nuevo la mesa, que habían retirado un poco. Colocándola en medio de la sala, puso sobre ella una jarra lleno de agua y otra llena de vino. Pedro y Juan fueron a la parte de la sala en donde estaba el horno del cordero pascual, a buscar el cáliz que habían traído desde casa de Serafia y que tenían guardado en su bolsa. Lo sujetaron entre los dos, a la manera de un tabernáculo, y lo dejaron sobre la mesa, delante de Jesús. Había también allí una fuente ovalada con tres panes sin levadura dispuestos sobre un paño de lino, junto con el medio pan que Jesús había guardado de la cena pascual. A su lado tenía asimismo un jarro con agua y vino y tres recipientes, uno con aceite espeso, otro con aceite claro y el tercero vacío.
Desde tiempos inmemoriales se observaba la costumbre de comer del mismo pan y beber de la misma copa al finalizar la comida, como signo de fraternidad y amor, y para dar la bienvenida o despedirse. Creo que en las Sagradas Escrituras se habla más de esto.

En la Última Cena, Jesús elevó esa costumbre, que hasta entonces había sido un rito simbólico y figurativo a la dignidad del más grande Sacramento. Posteriormente, entre los cargos presentados ante Caifás, a partir de la traición de Judas, Jesús fue acusado de haber introducido una novedad en la ceremonia de Pascua; sin embargo, Nicodemo demostró cómo en las Escrituras eso ya constaba como una práctica antigua. Jesús se encontraba entre Pedro y Juan, las puertas estaban cerradas, y todo tenía un aire misterioso y solemne. Cuando el cáliz fue sacado de su bolsa, Jesús oró y habló a sus apóstoles con gran seriedad. Yo vi a Jesús explicándoles el significado de la Cena y toda la ceremonia, y me hizo pensar en un sacerdote enseñando a otros a decir misa.

Jesús tenía delante una bandeja en la cual reposaban los vasos, y tomando el paño de lino blanco que cubría el cáliz, lo extendió sobre la bandeja. Después le vi quitar de encima del cáliz una tapa redonda y ponerla sobre la misma bandeja. A continuación, retiró el paño que cubría los panes ácimos y los puso sobre; sacó también de dentro del cáliz una copa más pequeña y repartió a su derecha y a su izquierda las seis copas de que estaba rodeado. Entonces bendijo el pan y el aceite, levantó con las dos manos la bandeja con los panes, elevó la mirada, rezó, ofertó, depositó de nuevo la bandeja sobre la mesa y volvió a cubrirla. Tomó luego el cáliz, hizo que Pedro echara vino en él y que Juan añadiera un poco de agua que Jesús había bendecido antes; a continuación, bendijo el cáliz, lo elevó orando, lo ofreció y lo colocó de nuevo sobre la mesa.

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Juan y Pedro le echaron un poco de agua sobre las manos, encima del plato en el que habían estado los panes. Jesús recogió, con la cuchara insertada en el pie del cáliz, un poco del agua vertida sobre sus manos y la vertió a su vez sobre las de ellos; después, el plato fue dando la vuelta a la mesa y todos se lavaron las manos sobre él. Todo esto me recordó extraordinariamente el sagrado sacrificio de la misa.

Mientras tanto, Jesús se mostraba cada vez más tierno y afectuoso con sus discípulos; les repitió que iba a darse a ellos entero, todo lo que él tenía, es decir, Él mismo, como si estuviera transido de amor. Le vi volverse transparente, hasta parecer una sombra luminosa. Partió el pan en varios trozos y los dejó sobre la bandeja; cogió un poco del primer pedazo y lo echó en el cáliz. En el momento en que hizo eso, me pareció ver a la Santísima Virgen recibiendo el sacramento espiritualmente, aun no estando presente. No sé cómo, pero me pareció verla entrar, caminando sin tocar el suelo, y llegar hasta donde estaba Nuestro Señor para recibir de Él la Sagrada Eucaristía; después ya no la vi más. Aquella mañana, en Betania, Jesús le había dicho que celebraría la Pascua con ella en espíritu, y le había indicado la hora en que debía ponerse a orar para recibir la Eucaristía.

Jesús rezó y les enseñó aún unas cuantas cosas más sus palabras salían de su boca como un fuego luminoso, y como tal entraban en los apóstoles, en todos excepto en Judas. Cogió la bandeja con los trozos de pan y dijo: «Tomad y comed, éste es mi cuerpo, que será entregado por vosotros.» Extendió la mano derecha en señal de bendición, y mientras lo hacía todo Él resplandecía. Sus palabras eran luminosas, y el pan entraba en la boca de los apóstoles como una sustancia brillante; yo vi cómo la luz penetraba en todos ellos; sólo Judas permanecía en tinieblas. Jesús ofreció primero el pan a Pedro, después a Juan, y a continuación hizo señas a Judas para que se acercara. Judas recibió el Sacramento en tercer lugar, pero las palabras de Nuestro Señor parecían huir de la boca del traidor y volver a Él.

Esa visión me perturbó tanto que no puedo describir mis sentimientos.Jesús le dijo: «Haz cuanto antes lo que tienes que hacer.» Después administró el Sacramento a los demás, apóstoles que fueron aproximándose de dos en dos.
Jesús sujetó el cáliz por sus dos asas y lo elevó hasta su cara pronunciando las palabras de consagración. Mientras lo hacía se lo veía transfigurado y transparente, como si todo su ser lo hubiera abandonado para pasar a estar contenido en el pan y el vino. Dio de beber a Pedro y a Juan del cáliz que sostenía en la mano y luego lo dejó de nuevo sobre la mesa. Juan vertió la divina sangre del cáliz en las copas pequeñas y Pedro se las entregó a los apóstoles, que bebieron dos de la misma copa. No estoy muy segura pero creo que Judas también bebió un sorbo del cáliz. Después ya no volvió a su sitio, sino que se fue inmediatamente del cenáculo; los demás creyeron que iba a cumplir un encargo de Jesús. Se fue sin rezar y 
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sin dar gracias, con la gran ingratitud que supone retirarse sin dar gracias después del pan cotidiano, mucho más tras haber recibido el pan de vida eterna de los ángeles. Durante toda la cena estuve viendo al lado de Judas una figura terrorífica, cuyos pies eran como un hueso seco; pero cuando Judas llegó a la puerta del cenáculo, vi tres demonios a su alrededor: el uno entraba en su boca, el otro le daba prisa y el tercero corría ante él. Era de noche y parecían irle alumbrando el camino; Judas corría como un insensato.

Nuestro Señor echó un resto de la divina sangre, que había quedado en el fondo del cáliz, la pequeña copa que había estado en su interior; después puso sus dedos sobre el cáliz y Pedro y Juan echaron de nuevo agua y vino sobre ellos. Después les dió a beber otra vez del cáliz y lo que quedó lo echó en las copas y lo repartió entre los demás apóstoles. A continuación, Jesús limpió el cáliz, metió dentro la pequeña en la que había guardado el resto de la sangre divina, puso encima la bandeja con lo que quedaba del pan consagrado, le colocó la tapadera, envolvió el cáliz y lo situó en medio de las seis copas. Yo vi como, después de la Resurrección, los apóstoles comulgaban con los restos del Santísimo Sacramento.

No recuerdo que el Señor comiera o bebiera el pan y el vino consagrados, tampoco vi que Melquisedec lo hiciera cuando ofreció él también pan y vino. Pero sé por qué los sacerdotes participan del Sacramento aunque Jesús no lo hiciera. Si los ángeles la hubieran distribuido, ellos no hubieran participado de la Eucaristía; pero si los sacerdotes no participaran, lo que queda de la Eucaristía se perdería, así que lo hacen para
preservarla.

Había una indescriptible solemnidad en todo lo que Jesús hizo durante la Sagrada Eucaristía, y cada uno de sus movimientos estaba lleno de majestad. Vi que los apóstoles anotaban cosas en unos pequeños trozos de pergamino que llevaban consigo. Varias veces durante la ceremonia los vi también inclinarse unos ante otros, como hacen nuestros sacerdotes.

Novena meditación

INSTRUCCIONES PRIVADAS Y CONSAGRACIONES

Jesús dio a sus apóstoles unas instrucciones privadas. Les dijo que debían seguir celebrando el Santísimo Sacramento en memoria suya hasta el fin de los tiempos. Les enseñó cómo usarlo y cómo transmitirlo; y de qué modo, gradualmente, debían enseñar y hacer público este misterio. Les enseñó cuándo debían comer el resto de los elementos consagrados, cuándo

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debían darle parte de ellos a la Santísima Virgen, y cómo consagrar ellos mismos cuando les hubiese enviado el Divino Consuelo. Después les habló del sacerdocio, de la sagrada unción, de la preparación del Crisma y de los Santos Óleos. Había tres recipientes: dos de ellos contenían una mezcla de aceite y de bálsamo. Les enseñó a hacer esta mezcla, a qué partes del cuerpo se debía aplicar, y en qué ocasiones. Recuerdo, entre otras cosas, que citó un caso en que la Sagrada Eucaristía no debía ser administrada; puede que fuera en la Extremaunción, mis recuerdos no están claros en este punto. Habló de diferentes tipos de unción, sobre todo de las de los reyes, y dijo que incluso los reyes inicuos, al ser ungidos, recibían de la unción especiales poderes. Puso un poco de ungüento y de aceite en un recipiente vacío y los mezcló, no puedo decir con total seguridad si fue entonces o al
consagrar el pan cuando bendijo el aceite.

Después vi cómo Jesús ungía a Pedro y a Juan, en cuyas manos Él había vertido el agua que había corrido por sus manos y a los cuales había dado de beber de su mismo cáliz. A continuación, les impuso las manos sobre la cabeza y sobre los hombros. Ellos unieron sus manos cruzando los pulgares y se inclinaron profundamente ante Nuestro Señor hasta ponerse casi de rodillas. Jesús les ungió el dedo pulgar y el índice de cada mano y trazó una cruz sobre sus cabezas con el Crisma. Les dijo que también aquello permanecería hasta el fin del mundo.

Santiago el Menor, Andrés, Santiago el Mayor y Bartolomé fueron asimismo consagrados. Vi cómo cruzaba sobre el pecho de Pedro una especie de estola que éste llevaba colgada al cuello. A los otros simplemente se la cruzó desde el hombro derecho hasta el izquierdo. No me acuerdo bien si esto lo hizo durante la institución del Santísimo Sacramento o sólo durante la unción.

Comprendí que, con esta unción, Jesús les comunicaba algo esencial y sobrenatural que soy incapaz de describir. Les dijo que, en cuanto recibieran el Espíritu Santo, podrían consagrar el pan y el vino y ungir a los demás apóstoles. Me fue mostrado aquí cómo el día de Pentecostés, Pedro y Juan impusieron las manos a los otros apóstoles y una semana después a los demás discípulos. Tras la Resurrección, Juan administró por primera vez el Santísimo Sacramento a la Santísima Virgen. Este hecho fue celebrado durante un tiempo por la Iglesia triunfante, aunque la Iglesia terrenal no lo haya celebrado desde hace mucho. Los primeros días después de Pentecostés, sólo Pedro y Juan consagraban la Sagrada Eucaristía, pero más tarde vi que los otros consagraban también.

Nuestro Señor bendijo asimismo fuego en una vasija de hierro, y después de eso se procuró no dejarlo apagar jamás. Fue conservado junto al lugar donde fue depositado el Santísimo Sacramento, del corazón del antiguo horno pascual, y de allí lo sacaban siempre para los usos espirituales.

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Todo lo que Jesús hizo entonces fue en secreto y fue enseñado también en secreto. La Iglesia ha conservado todo lo que era esencial de esas instrucciones privadas y, bajo la inspiración del Espíritu Santo, lo ha ido desarrollando y adaptando según sus necesidades.

Yo no sé si Juan y Pedro fueron consagrados obispos, o sólo Pedro y Juan consagrado sacerdote, o qué dignidad fue otorgada a los demás apóstoles. Pero los diferentes modos en que Nuestro Señor dispuso las estolas sobres sus pechos parecen indicar distintos grados de consagración.

Cuando estas ceremonias concluyeron, el cáliz, que estaba junto a la vasija del Crisma, fue cubierto, y Pedro y Juan llevaron el Santísimo Sacramento a la parte más retirada de la sala, que estaba separada del resto por una cortina de gasa azul, y desde entonces aquel lugar fue el Santuario.

El sitio donde fue depositado el Santísimo Sacramento estaba muy poco más elevado que el horno pascual. José de Arimatea y Nicodemo cuidaron el Santuario y el cenáculo en ausencia de los apóstoles.

Jesús dio todavía instrucciones a sus apóstoles durante largo rato y también rezó varias veces. Con frecuencia parecía conversar con su Padre celestial; estaba lleno de entusiasmo y de amor. Los apóstoles estaban exultantes de gozo y de celo, y le hacían diversas preguntas que Él les contestaba. La mayoría de estas palabras están en las Sagradas Escrituras.

El Señor dijo a Pedro y a Juan diversas cosas que luego ellos debían transmitir a los demás apóstoles, y éstos, a su vez, a los discípulos y a las santas mujeres, según la capacidad de cada uno para los conocimientos transmitidos. Jesús habló en privado con Juan, le dijo que viviría más tiempo que los otros. Le contó también algo relativo a siete Iglesias, coronas, ángeles y le dio a conocer misteriosas representaciones que, según yo creo, significaban varias épocas. Los otros apóstoles sintieron un poco de envidia por esa confianza particular que Jesús le había demostrado a Juan.

Jesús habló de nuevo del traidor. «Ahora está haciéndolo», decía. Y, de hecho, yo vi a Judas haciendo exactamente lo que Jesús decía. Pedro aseguraba con vehemencia que él sería siempre fiel a Jesús, y éste dijo: «Simón, Simón, Satanás te desea para molerte como trigo; pero yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca, y que, cuando tú seas confirmado, puedas confortar a tus hermanos.»

Y entonces, Nuestro Señor les dijo de nuevo que a donde Él iba, ellos no podían seguirlo, a lo que Pedro contestó exaltado: «Señor, yo estoy dispuesto a acompañarte a la prisión y la muerte.» A lo que Jesús le respondió: «En verdad, en verdad te digo que, antes de que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres.»

Hablándoles de los tiempos difíciles que se avecinaban, Jesús les dijo: «Cuando os he mandado sin bolsa y sin sandalias, ¿os ha faltado algo?» «No», respondieron los apóstoles. «Pues ahora», prosiguió Jesús,

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«que cada cual coja su bolsa y sus sandalias y, quien nada tenga, que venda su túnica para comprar una espada, pues en verdad os digo que todo lo que fue escrito se va a cumplir: ha sido reconocido como inicuo. Todo lo relacionado conmigo ha llegado a su fin.» Los apóstoles entendieron todo esto de un modo literal y Pedro le mostró dos espadas cortas y anchas como dagas. Jesús dijo: «Basta, vayámonos de aquí.» A continuación, entonaron un himno de acción de gracias, colocaron la mesa a un lado y se fueron hacia el atrio.

Allí encontró Jesús a su Madre, a María, hija de Cleofás, y a Magdalena, que le suplicaron con ansia que no fuera al monte de los Olivos, porque corría el rumor de que querían cogerle. Pero Jesús las
consoló con pocas palabras, y se alejó rápidamente de ellas. Debían de ser cerca de las nueve. Bajaron por el camino que Pedro y Juan habían seguido para llegar al cenáculo, y se dirigieron al monte de los Olivos.

Yo he visto la Pascua y la institución de la Sagrada Eucaristía como lo he relatado. Aunque mi emoción en esos momentos era tan grande que no pude prestar mucha atención a los detalles, pero ahora lo he visto con más claridad. No hay palabras que puedan expresar la fatiga y la pena, su visión del interior de los corazones, el amor y la fidelidad de Nuestro Salvador. Su conocimiento de todo lo que iba a suceder. ¡Cómo quedarse sólo en lo externo! Nuestro corazón se inflama de admiración, gratitud y amor —la ceguera de los hombres es incomprensible—, y nuestra alma se ve sobrepasada por la conciencia de la ingratitud del mundo entero y por sus propios pecados.

La ceremonia de la Pascua fue celebrada por Jesús de total conformidad con la ley. Los fariseos tenían por costumbre añadir algunos minutos y ceremonias suplementarias.

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Valtorta

Juan, que ha oído esto, dice:

-Tampoco el Maestro está bien. ¿Qué te sucede, Jesús mío? Tienes la voz quebrada; como la de un enfermo o la de uno que haya llorado mucho - y lo abraza, estando con la cabeza apoyada en el pecho de Jesús.

-Sólo es que ha hablado mucho; y yo, lo único es que he andado mucho y he cogido frío - dice Judas nervioso.

Y Jesús, sin responderle a él, dice a Juan:

-Tú ya me conoces... y sabes qué es lo que me cansa...

E1 cordero está casi terminado.

Jesús, que ha comido poquísimo y ha bebido sólo un sorbo de vino por cada cáliz -sin embargo, como si se sintiera febril, ha bebido mucha agua- continúa hablando:

-Quiero que comprendáis mi gesto de antes. Os he dicho que el primero es como el último, y que os daría un alimento que no es corporal. Os he dado un alimento de humildad. Para vuestro espíritu. Vosotros me llamáis: Maestro y Señor. Decís bien, porque lo soy. Entonces, si Yo os he lavado los pies, también debéis lavároslos vosotros los unos a los otros. Os he dado ejemplo para que hagáis lo mismo que Yo he hecho. En verdad os digo: el siervo no es más que su señor, ni el apóstol más que Aquel que lo ha constituido apóstol. Tratad de comprender estas cosas. Y si, comprendiéndolas, las ponéis por obra, seréis bienaventurados. Pero no seréis todos bienaventurados. Yo os conozco. Sé a quiénes he elegido. No de la misma manera me refiero a todos. Pero digo la verdad. Por otra parte, debe cumplirse lo que en relación a mí fue escrito (Salmo 41, 10): “Aquel que come conmigo el pan ha alzado contra mí su calcañar". Os digo todo antes de que suceda, para que no abriguéis dudas respecto a mí. Cuando todo esté cumplido, creeréis todavía más que Yo soy Yo. El que me recibe a mí recibe al que me ha enviado: al Padre santo que está en los Cielos. Y el que reciba a los que Yo envíe me recibirá a mí mismo. Porque Yo estoy con el Padre y vosotros estáis conmigo... Pero ahora vamos a cumplir el rito.

Vierte de nuevo vino en el cáliz común y, antes de beber de él y de pasarlo para que beban, se levanta, y con Él se levantan todos, y canta otra vez uno de los salmos de antes: «Tuve fe y por eso hablé... » Y luego uno que no termina nunca.

¡Hermoso... pero eterno! Creo identificarlo, por el comienzo y lo largo que es, como el salmo 118. Lo cantan así: un trozo todos juntos; luego, por turnos, uno dice un dístico y los otros, juntos, un trozo; y así hasta el final. ¡Yo creo que al final tienen que sentir sed!

Jesús se sienta. No se recuesta; se queda sentado, como nosotros. Y habla:

-Ahora que el antiguo rito ha sido cumplido, voy a celebrar el nuevo. Os he prometido un milagro de amor. Es la hora de realizarlo. Por esto he deseado esta Pascua. De ahora en adelante, ésta será la hostia inmolada en perpetuo rito de amor. Os he amado durante toda la vida de la Tierra, amigos amados. Os he amado durante toda la eternidad, hijos míos. Y quiero amaros hasta el final. No hay cosa mayor que ésta. Recordadlo. Yo me marcho. Pero permaneceremos siempre unidos mediante el milagro que voy a cumplir ahora.

Jesús toma un pan todavía entero. Lo pone encima del cáliz, que está completamente lleno. Bendice y ofrece ambos, luego parte el pan y toma de él trece trozos. Se los da, uno a uno, a los apóstoles, y dice:

-Tomad y comed. Esto es mi Cuerpo. Haced esto en memoria mía, que me marcho.

Pasa el cáliz y dice:

-Tomad y bebed. Ésta es mi Sangre. Éste es el cáliz del nuevo pacto en la Sangre y por la Sangre mía, que será derramada por vosotros para el perdón de vuestros pecados y para daros la Vida. Haced esto en memoria mía.
Jesús está tristísimo. Toda huella de sonrisa, de luz, de color, lo han abandonado. Su rostro es ya de agonía. Los apóstoles lo miran angustiados.

Jesús se levanta y dice:

-No os mováis. Vuelvo enseguida». Toma el trozo decimotercero de pan y el cáliz y sale del Cenáculo.

-Va donde su Madre - susurra Juan.

Y Judas Tadeo suspira:

-¡Pobre mujer!

Pedro pregunta en voz baja:

-¿Crees que Ella sabe?

-Sabe todo. Siempre lo ha sabido todo.

Hablan todos en voz bajísima, como delante de un muerto.

-Pero, creéis que realmente... - pregunta Tomás, que no quiere creer todavía.

-¿Y lo dudas? Es su hora - responde Santiago de Zebedeo.

-Que Dios nos dé la fuerza de ser fieles - dice el Zelote.

-¡Oh! Yo... - Pedro está para decir algo, pero Juan, que está alerta, dice:

-¡Chss! Está aquí.

Jesús vuelve. Trae en la mano el cáliz vacío. En su fondo, una mínima señal de vino, que, bajo la luz de la lámpara, parece realmente sangre.

Judas Iscariote, que tiene ante sí el cáliz, lo mira como hechizado, y luego desvía la mirada.

Jesús lo observa y se estremece. Juan, estando apoyado en el pecho de Jesús, siente este estremecimiento, y exclama:

-Dilo, ¿no?! Estás temblando...

-No. No tiemblo por fiebre... Todo os lo he dicho y todo os lo he dado. Más no podía daros. Os he dado a mí mismo.

Hace ese dulce gesto suyo de las manos, las cuales, antes unidas, ahora se separan y abren, mientras agacha la cabeza, como queriendo decir: "Perdonad si más no puedo. Así es."

-Os he dicho todo y os he dado todo. Y repito que el nuevo rito se ha cumplido. Haced esto en memoria mía. Os he lavado los pies para enseñaros a ser humildes y puros como el Maestro vuestro. Porque en verdad os digo que los discípulos deben ser como es el Maestro. Recordadlo, recordadlo. Incluso cuando estéis en una posición superior. Ningún discípulo está por encima de su Maestro. De la misma manera que Yo os he lavado, hacedlo entre vosotros. O sea, amaos como hermanos, ayudándoos los unos a los otros, venerándoos recíprocamente, siendo ejemplo los unos para los otros. Y sed puros. Para ser dignos de comer el Pan vivo que ha bajado del Cielo y tener dentro de vosotros, por su virtud, la fuerza de ser mis discípulos en el mundo enemigo que os odiará por causa de mi Nombre. Pero uno de vosotros no es puro. Uno de vosotros me traicionará.

Por este motivo estoy intensamente conturbado en el espíritu... La mano del que me traiciona está conmigo en esta mesa. Ni mi amor, ni mi Cuerpo y mi Sangre, ni mi palabra, lo convierten y le hacen arrepentirse. Yo lo perdonaría yendo a la muerte también por él.

Los discípulos se miran aterrorizados, se escrutan, no sin recelos los unos de los otros. Pedro, despertándose todas sus dudas, mira fijamente a Judas Iscariote. Judas Tadeo se pone en pie como impulsado por un resorte, para mirar también a Judas por encima del cuerpo de Mateo.

¡Pero éste se muestra tan seguro! A su vez, clava sus ojos en Mateo, como si sospechara de él. Luego fija su mirada en Jesús. Sonríe y pregunta:

-¿Soy yo, acaso, ése?

Parece el más seguro de su honestidad, y parece que si hace esta pregunta es sólo porque no se interrumpa la conversación.

Jesús repite su gesto y dice:

-Tú lo dices, Judas de Simón. No Yo. Tú lo dices. Yo no te he nombrado. ¿Por qué te acusas? Pregúntale a tu voz interior, a tu conciencia de hombre, a esa conciencia que Dios Padre te ha dado para que vivas como hombre, y mira a ver si te acusa. Tú, antes que ningún otro, lo sabrás. Pero, si ella te tranquiliza, ¿por qué dices palabras que son malditas con sólo decirlas, y piensas en un hecho igualmente maldito con sólo pensarlo, aunque sea por juego?

Jesús habla con calma. Parece sostener la tesis propuesta como lo podría hacer un maestro con sus alumnos. La agitación es fuerte, pero la calma de Jesús la aplaca.

De todas formas, Pedro, que es el que más sospecha de Judas - quizás también Judas Tadeo, pero lo parece menos, porque la desenvoltura de Judas Iscariote lo desarma-, tira de una manga a Juan, y cuando Juan, que se había pegado fuertemente a Jesús al oír hablar de traición, se vuelve, le susurra:

-Pregúntale que quién es.

Juan vuelve a su postura de antes. Lo único es que alza levemente la cabeza, como para besar a Jesús, y entretanto le susurra al oído:

-¿Maestro, quién es?

Y Jesús, con voz bajísima, devolviéndole el beso entre los cabellos:

-Aquel al que dé un pedazo de pan untado.

Toma un pan todavía entero, no el resto del usado para la Eucaristía; separa un buen trozo, lo unta en el jugo que ha dejado el cordero en la bandeja, alarga por encima de la mesa el brazo y dice:

-Toma, Judas. Esto te gusta.

-Gracias, Maestro. Sí que me gusta - y, sin saber lo que es ese bocado, se lo come, mientras Juan, horrorizado, hasta cierra los ojos para no ver la horrenda sonrisa que tiene Judas mientras muerde con sus fuertes dientes el pan acusador.

-Bien. Ahora que te he dado esta satisfacción, márchate - dice Jesús a Judas. - Todo está cumplido, aquí (marca mucho la palabra). Lo que en otro lugar queda por hacer hazlo pronto, Judas de Simón.

-Te obedezco enseguida, Maestro. Luego me reuniré contigo en el Getsemaní. ¿Vas allí, verdad?, ¿como siempre?

-Voy allí... como siempre... sí.

-¿Qué tiene que hacer? - pregunta Pedro - ¿Va solo?

-No soy ningún niño - dice en tono socarrón Judas, que se está poniendo el manto.

-Déjalo que se marche. Yo y él sabemos lo que se debe hacer - dice Jesús.

-Sí, Maestro.

Pedro guarda silencio. Quizás piensa que ha pecado de desconfianza hacia su compañero. Con la mano en la frente, piensa.

Jesús aprieta contra su corazón a Juan y le susurra otra cosa entre sus cabellos:

-No digas nada a Pedro, por ahora. Sería un inútil escándalo.

-Adiós, Maestro. Adiós, amigos - Judas se despide.

-Adiós - dice Jesús.

Y Pedro:

-Adiós, muchacho.

Juan, con la cabeza casi en el regazo de Jesús, susurra:

-¡Satanás!

Sólo Jesús lo oye, y suspira.

Hay unos minutos de absoluto silencio. Jesús está cabizbajo, mientras mecánicamente acaricia los rubios cabellos de Juan.

Luego reacciona. Alza la cabeza, mira alrededor de sí, sonríe (una sonrisa consoladora para los discípulos). Dice:

-Quitamos la mesa. Vamos a sentarnos todos bien juntos, como hijos en torno a su padre.

Toman los triclinios que había detrás de la mesa (los de Jesús, Juan, Santiago, Pedro, Simón, Andrés y el primo Santiago) y los llevan al otro lado.

Jesús toma asiento en el suyo, igual que antes, entre Santiago y Juan. Pero, cuando ve que Andrés va a sentarse en el sitio que ha dejado Judas Iscariote, grita:

-No, ahí no.

Un grito impulsivo que su suma prudencia no logra evitar.

Luego modifica de esta manera:

-No es necesario tanto espacio. Sentados, se puede estar en éstos; son suficientes. Os quiero tener muy cerca.

Ahora, respecto a la mesa, están así:

0 sea, forman una U alargada con Jesús en el centro y, enfrente, la mesa -una mesa ya sin comida- y el sitio de Judas. Santiago de Zebedeo llama a Pedro:

-Siéntate aquí. Yo me siento en este taburete, a los pies de Jesús.

-¡Que Dios te bendiga, Santiago! ¡Lo estaba deseando! - dice Pedro, y se arrima a su Maestro, que viene a hallarse estrechado entre Juan y Pedro, y tiene a Santiago a los pies.

Jesús sonríe:

-Veo que empiezan a obrar las palabras que he dicho antes. Los buenos hermanos se quieren. Yo también te digo, Santiago: "Que Dios te bendiga". Tampoco este acto tuyo será olvidado por el Eterno, y lo encontrarás allá arriba.

Todo lo que pido lo puedo. Ya lo habéis visto. Ha bastado un solo deseo para que el Padre concediera al Hijo el darse en Alimento al hombre. Con todo lo que ha sucedido ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre, porque el milagro, sólo posible para los amigos de Dios, es testimonio de poder. Cuanto mayor es el milagro, más segura y profunda es esta divina amistad. Éste es un milagro que, por su forma, duración y naturaleza, por su magnitud y los límites a que llega, no admite otro posible mayor.

Os digo que es tan poderoso, tan sobrenatural, tan incomprensible para el hombre soberbio, que muy pocos lo entenderán como debe entenderse, y muchos lo negarán. ¿Qué diré, entonces? ¿Condena para ellos? No. Diré: ¡piedad!

Pero, cuanto mayor es el milagro, mayor es la gloria que recibe su autor. Es Dios mismo quien dice: "Sí, este amado mío ha recibido lo que ha querido, y Yo lo he concedido, porque grande es la gracia que posee ante mis ojos". Y aquí dice: "Posee una gracia sin límites, como infinito es el milagro que ha hecho". La gloria que de Dios revierte en el autor del milagro y la gloria que del autor del milagro revierte en el Padre son parejas: porque toda gloria sobrenatural, procediendo de Dios, a su fuente retorna. Y la gloria de Dios, aun siendo ya infinita, crece y crece y resplandece por la gloria de sus santos. Así, digo: de la misma forma que ha sido glorificado por Dios el Hijo del hombre, Dios ha sido glorificado por Este. Yo he glorificado a Dios en mí mismo, a su vez Dios glorificará en sí a su Hijo; muy pronto lo glorificará.

¡Exulta, Tú que vuelves a tu Sede, oh Esencia espiritual de la Segunda Persona! ¡Exulta, Carne que vuelves a subir después de tanto destierro en el fango! Y lo que se te va a dar como morada ciertamente no es el Paraíso de Adán, sino el excelso Paraíso del Padre. Que, si se dijo que sorprendido por un mandato de Dios -dado por boca de un hombre- se detuvo el Sol, (Josué 10, 12-

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¿qué no sucederá en los astros cuando vean el prodigio de la Carne del Hombre subir y sentarse a la derecha del Padre en su Perfección de materia glorificada?

Hijitos míos, ya poco tiempo estaré con vosotros. Luego me buscaréis como los huérfanos buscan al padre o a la madre muertos. Y, llorando, hablando de Él iréis y llamaréis en vano al mudo sepulcro, y luego llamaréis a las puertas azules de los Cielos, con vuestra alma lanzada en suplicante búsqueda de amor, y diréis: "¿Dónde está nuestro Jesús? Queremos tenerlo. Sin Él ya no hay luz en el mundo,  ni alegría ni amor. O devolvédnoslo o dejadnos entrar. Queremos estar  donde  Él". Mas no  podéis,  por ahora, ir a donde Yo voy. Se lo dije también a los judíos: "Luego me buscaréis, pero a donde voy Yo vosotros no podéis ir". Os lo digo también a vosotros. 

Considerad que ni siquiera mi Madre podrá ir a donde Yo voy. Y fijaos que dejé al Padre para ir a Ella y hacerme Jesús en su seno sin mancha. Fijaos que de la Inviolada vine en el éxtasis luminoso de mi Natividad; y de su amor, hecho leche, me nutrí.

Yo estoy hecho de pureza y amor porque María me nutrió con su virginidad fecundada por el Amor perfecto que vive en el Cielo.

Y fijaos que por Ella crecí, costándole fatigas y lágrimas... Y fijaos que le pido un heroísmo que supera a todos los realizados hasta ahora, respecto al cual los de Judit y Yael son como heroísmos de pobres mujeres en oposición con su rival en la fuente del pueblo. Y fijaos que ninguno la iguala en amor a mí. Pues bien, a pesar de todo, la dejo y voy a donde Ella no irá hasta dentro de mucho tiempo. Para Ella no es el mandato que os doy a vosotros: "Santificaos año tras año, mes tras mes, día tras día, hora tras hora, para poder venir a mí cuando llegue vuestro momento". En Ella reside toda gracia y santidad. Es la criatura que ha tenido todo y ha dado todo. Nada hay que añadir en Ella, y nada hay que quitar. Es el santísimo testimonio de lo que puede Dios.

Pero para estar seguro de que en vosotros exista la aptitud de venir a mí y de olvidar el dolor del luto de la separación de vuestro Jesús, os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Como Yo os he amado, amaos igualmente los unos a los otros. Por esto se sabrá que sois mis discípulos. Cuando un padre tiene muchos hijos, ¿en qué se sabe que son sus hijos? No tanto por el aspecto físico -porque hay hombres que son en todo semejantes a otro hombre con el que no tienen
ninguna relación de sangre, y ni siquiera de nación-, cuanto por el común amor a la familia, a su padre y entre sí. E incluso cuando muere el padre la buena familia no se disgrega, porque la sangre es una, que es la que recibieron genéticamente de su padre y anuda vínculos que ni siquiera la muerte desata, porque más fuerte que la muerte es el amor. Pues bien, si me amáis aun después de que os deje, todos reconocerán que sois hijos míos, y por tanto, discípulos míos, y que, habiendo tenido un
único padre, entre vosotros sois hermanos.

Señor Jesús, pero ¿a dónde vas? - pregunta Pedro.

-Voy a donde tú, por ahora, no puedes seguirme. Pero después me seguirás.

-¿Y por qué no ahora? Te he seguido siempre, desde que me dijiste: "Sígueme". He dejado todo sin añoranzas...

Marcharte ahora sin tu pobre Simón, dejándome privado de ti, mi Todo, después de que yo he dejado mi poco bien de antes, no es ni razonable ni bonito por tu parte. ¿Vas a la muerte? Bien, pues yo también voy. Iremos juntos al otro mundo. Pero antes te habré defendido. Estoy preparado para dar la vida por ti.

-¿Tú darás tu vida por mí? ¿Ahora? Ahora, no. En verdad, en verdad te lo digo: antes de que cante el gallo me negarás tres veces. Estamos todavía en la primera vigilia. Luego vendrá la segunda... y luego la tercera. Antes del galicinio, renegarás de tu Señor tres veces.

-¡Imposible, Maestro! Creo en todo lo que dices, pero no en esto; estoy seguro de mí.

-Ahora, por ahora estás seguro; pero es porque ahora me tienes todavía a mí. Tienes contigo a Dios. Dentro de poco el Dios encarnado será prendido y ya no lo tendréis. Y Satanás, después de poneros rémoras -tu propia seguridad es una astucia de Satanás, morralla para ponerte rémoras- os amedrentará. Os insinuará: "Dios no existe. Yo existo". Y, dado que, a pesar de que el espanto os empañe la mente, todavía razonaréis, lo que comprenderéis será que si Satanás es el amo de esa hora, es que ha muerto el Bien y lo que obra es el Mal; que el espíritu ha sido abatido y triunfa lo humano. Entonces os quedaréis como guerreros sin caudillo, perseguidos por el enemigo, y, en medio del desconcierto propio de los vencidos, os doblegaréis ante el vencedor, y, para evitar que os maten, renegaréis del héroe caído.

Pero -os lo ruego-, no se turbe vuestro corazón. Creed en Dios. Creed también en mí. Contra todas las apariencias, creed en mí. Creed en mi misericordia y en la del Padre tanto el que se quede como el que huya; tanto el que calle como el que abra su boca para decir: "No lo conozco". Igualmente, creed en mi perdón. Y creed que, cualesquiera que sean en el futuro vuestras acciones, en el Bien y en mi Doctrina (por tanto, en mi Iglesia), esas acciones os darán un igual lugar en el Cielo.

En la casa del Padre mío hay muchas moradas. Si no fuera así, os lo habría dicho. Porque Yo voy por delante. A preparar un lugar para vosotros. ¿No hacen, acaso, eso los padres buenos, cuando tienen que llevar a sus pequeñuelos a otro lugar? Van por delante, preparan la casa, los enseres, las provisiones. Y luego vuelven y toman consigo a sus más amadas criaturas. Eso hacen, por amor. Para que a sus pequeñuelos no les falte nada, ni se sientan incómodos en el nuevo pueblo. Lo mismo hago Yo, y por el mismo motivo. Me marcho, ahora. Cuando haya preparado para cada uno su puesto en la Jerusalén celestial, volveré y os tomaré conmigo, para que estéis conmigo donde Yo estoy, donde no habrá ya muerte ni lutos ni lágrimas ni gritos ni hambre ni dolor ni tinieblas ni quemazón, sino sólo luz, paz, bienaventuranza y canto.

¡Oh, canto de los Cielos altísimos cuando los doce elegidos estén en los tronos con los doce patriarcas de las tribus de Israel y, encendidos en el fuego del amor espiritual, canten, erguidos frente al mar de la bienaventuranza, el cántico eterno cuyo arpegio será el eterno aleluya del ejército angélico...!

Quiero que donde voy a estar estéis vosotros. Y ya sabéis a dónde voy, y sabéis el camino.

-¡Pero Señor! Nosotros no sabemos nada. No nos dices a dónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino que hay que tomar para ir hacia ti y abreviar la espera? - pregunta Tomás.

-Yo soy el Camino, la Verdad, la Vida. Me lo habéis oído decir y explicar repetidas veces. Y, en verdad, algunos que ni siquiera sabían que existía un Dios se han encaminado antes por mi camino y ya os preceden. ¡Oh!, ¿dónde estás, oveja descarriada de Dios traída por mí de nuevo al redil?, ¿dónde estás tú, resucitada de alma?

-¿Quién? ¿De quién hablas? ¿De María de Lázaro? Está allí, con tu Madre. ¿Quieres que venga? ¿O quieres que venga Juana? Estará, sin duda, en su palacio. Pero, si quieres, vamos a llamarla...

-No. No me refiero a ellas... Pienso en aquella que será mostrada sólo en el Cielo... y en Fotinai... Ellas me han encontrado. Y desde entonces no han dejado mi camino. A una le indiqué al Padre como Dios verdadero y al espíritu como levita en esta individual adoración; a la otra, que ni siquiera sabía que tenía un espíritu, le dije: "Mi nombre es Salvador; salvo a quien tiene buena voluntad de salvarse. Yo soy Aquel que busca a los perdidos, que da la Vida, la Verdad y la Pureza. Quien me busca me encuentra". Y ambas han encontrado a Dios... Os bendigo, débiles Evas que habéis venido a ser más fuertes que Judit... Voy a donde estáis... Vosotras me consoláis... ¡Benditas seáis!...

-Muéstranos al Padre, Señor, y seremos como estas mujeres - dice Felipe.

-¡Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, ¿y tú, Felipe, no me has conocido todavía?! El que me ve a mí ve al Padre mío. ¿Cómo es que dices: "Muéstranos al Padre"? ¿No logras creer que Yo estoy en el Padre y Él en mí? Las palabras que os digo no os las digo motu propio, sino que el Padre, que mora en mí, cumple cada una de mis obras. ¿Y no creéis que Yo esté en el Padre y Él en mí? ¿Qué tengo que decir para haceros creer? Pues si no creéis en las palabras creed al menos en las obras.

Yo os digo, y os lo digo con verdad: el que cree en mí hará las obras que Yo hago, y las hará aun mayores, porque voy al Padre. Y todo lo que pidáis al Padre en mi nombre Yo lo haré para que el Padre sea glorificado en su Hijo. Y haré lo que me pidáis en nombre de mi Nombre. Mi Nombre, en lo que realmente es, es conocido por mí sólo y por el Padre que me ha engendrado y por el Espíritu que de nuestro amor procede. Por ese Nombre todo es posible. El que piensa en mi Nombre con amor me ama, y obtiene; pero no basta amarme, es necesario observar mis mandamientos para tener el verdadero amor.

Son las obras las que dan testimonio de los sentimientos. Y por este amor rogaré al Padre, y Él os dará otro Consolador, que permanezca para siempre con vosotros, Uno en quien Satanás y el mundo no pueden ensañarse, el Espíritu de la Verdad que el mundo no puede recibir ni herir, porque ni lo ve ni lo conoce. Dirigirá contra Él sus escarnios, pero Él es tan excelso que el escarnio no lo podrá herir; mientras que su piedad superará toda medida para aquellos que lo amen, aunque sean pobres y débiles. Vosotros lo conoceréis, porque ya vive con vosotros y pronto estará en vosotros.

No os dejaré huérfanos. Ya os he dicho que volveré a vosotros. Pero antes de que llegue la hora de venir a recogeros para ir a mi Reino Yo vendré; a vosotros vendré. Dentro de poco el mundo ya no me verá. Pero vosotros me veis y me veréis.

Porque Yo vivo y vosotros vivís. Porque Yo viviré y vosotros también viviréis. Ese día conoceréis que estoy en el Padre mío y vosotros en mí y Yo en vosotros. Porque el que acoge mis preceptos y los observa es el que me ama, y el que me ama será amado por el Padre mío y poseerá a Dios porque Dios es caridad y quien ama tiene en sí a Dios. Y Yo lo amaré porque en él veré a Dios, y me manifestaré a él dándome a conocer en los secretos de mi amor, de mi sabiduría, de mi Divinidad encarnada. Serán mis regresos a los hijos del hombre, a quienes amo, aunque sean débiles e incluso enemigos. Pero éstos serán sólo débiles, y yo los fortaleceré. Les diré: "¡Álzate!", diré "¡Sal afuera!", diré: "¡Sígueme!", diré "Escucha", diré "Escribe"... y vosotros estáis entre éstos.

-¿Por qué, Señor, te manifiestas a nosotros y no al mundo? - pregunta Judas Tadeo.

-Porque me amáis y ponéis por obra mis palabras. El que haga esto será amado por el Padre y Nosotros iremos a él y viviremos con él, en él; mientras que el que no me ama no pone por obra mis palabras y actúa según la carne y el mundo. Ahora bien, sabed que lo que os he dicho no son palabras de Jesús Nazareno sino palabras del Padre, porque Yo soy el Verbo del Padre, que me ha enviado. Os he dicho estas cosas hablando así, con vosotros, porque quiero Yo mismo prepararos a la completa posesión de la Verdad y la Sabiduría. Pero todavía no podéis comprender ni recordar. Pero, cuando venga a vosotros el Consolador, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi Nombre, podréis comprender, y os enseñará todo y os recordará todo lo que Yo os he dicho.

Mi paz os dejo, mi paz os doy. Os la doy no como la da el mundo, y ni siquiera como hasta ahora os la he dado: saludo bendito del Bendito a los bendecidos. La paz que ahora os doy es más profunda. En este adiós, os comunico a mí mismo, mi Espíritu de paz, de la misma manera que os he comunicado mi Cuerpo y mi Sangre, para que tengáis en vosotros una fuerza en la inminente batalla. Satanás y el mundo desatan su guerra contra vuestro Jesús. Es su hora. Tened en vosotros la Paz, mi
Espíritu que es espíritu de paz, porque Yo soy el Rey de la paz. Tened esta paz para no sentiros demasiado desvalidos. El que sufre con la paz de Dios dentro de sí, sufre, pero ni blasfema ni se desespera.


  1. No lloréis. Habéis oído también que he dicho: "Voy al Padre y luego regresaré". Si me amarais por encima de la carne, os alegraríais, porque voy con el Padre después de este gran destierro... Voy donde Aquel que es mayor que Yo y que me ama.


Os lo he dicho ahora, antes de que se cumpla -como también os he revelado todos los sufrimientos del Redentor antes de ir a ellos- para que, cuando todo se cumpla, creáis más en mí. ¡No os turbéis de esa manera! No os descorazonéis. Vuestro corazón necesita equilibrio...

Poco me queda para hablaros... ¡y todavía tengo mucho que decir! Llegado al final de esta evangelización mía, me parece como si no hubiera dicho todavía nada, y que mucho, mucho, mucho quede por hacer. Vuestro estado aumenta esta sensación mía. ¿Qué diré entonces? ¿Que he desempeñado con deficiencias mi función?, ¿o que vosotros sois tan duros de corazón, que para nada ha servido mi obra? ¿Dudaré? No. Me pongo en las manos de Dios, y os pongo a vosotros, mis predilectos, en sus manos. Él dará cumplimiento a la obra de su Verbo. No soy como un padre que muere sin más luz que la humana; Yo espero en Dios. Y aun sintiendo en mí el apremio de daros todos los consejos de que os veo necesitados, y aun sintiendo que el tiempo huye, voy tranquilo a mi destino. Sé que sobre las semillas caídas en vosotros está para descender el rocío, un rocío que las hará germinar a todas ellas; y luego vendrá el sol del Paráclito, y las semillas se transformarán en árboles corpulentos. Muy pronto llegará el príncipe de este mundo, aquel con quien Yo nada tengo que ver; y, si no hubiera sido por la finalidad redentora, ningún poder hubiera tenido en orden a mí. Pero esto sucede para que el mundo sepa que amo al Padre y que lo amo hasta la obediencia de muerte y que por eso hago lo que me ha mandado.

Es la hora de marcharnos. Levantaos. Oíd las últimas palabras. Yo soy la verdadera Vid. El Padre es el Viñador. Al sarmiento que no produce fruto el Padre lo corta y al que produce fruto lo poda para que dé aún más fruto. Vosotros estáis ya purificados por mi palabra. Permaneced en mí -Yo permanezco en vosotros- para mantener esa pureza. El sarmiento separado de la vid no puede producir fruto. Igualmente vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la Vid; vosotros, los sarmientos. El que permanece unido a mí produce abundantes frutos. Pero si uno se separa se seca, y es arrojado al fuego y allí arde. Porque sin la unión conmigo no podéis hacer nada. Permaneced, pues en mí; que mis palabras permanezcan en vosotros; luego pedid lo que queráis y se os concederá. El Padre mío, cuanto más fruto deis y cuanto más discípulos míos seáis, más glorificado será. Como el
Padre me ha amado, así os he amado Yo. Permaneced en mi amor, que salva. Amándome, seréis obedientes. La obediencia aumenta el recíproco amor. No digáis que me repito. Conozco vuestra debilidad. Quiero que os salvéis. Os digo estas cosas para que la alegría que os he querido dar esté en vosotros y sea completa. Amaos. ¡Amaos! Éste es mi mandamiento nuevo. Amaos unos a otros más de lo que cada uno ame a sí mismo. No hay mayor amor que el del que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos y Yo doy la vida por vosotros. Haced lo que os enseño y mando.

Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor, mientras que vosotros sabéis lo que Yo hago.

Todo lo sabéis acerca de mí. Me he manifestado a vosotros, pero no sólo esto, sino que también os he revelado al Padre y al Paráclito y todo lo que he oído a Dios.

No os habéis elegido a vosotros mismos, sino que os he elegido Yo, y os he elegido para que vayáis a los pueblos y deis fruto en vosotros y en los corazones de los evangelizados y vuestro fruto permanezca, y el Padre os dé todo lo que en mi

Nombre le pidáis.

No digáis: "Y entonces, si nos has elegido, ¿por qué has elegido a un traidor? Si lo sabes todo, ¿por qué has hecho esto?". No os preguntéis ni siquiera quién es ése. No es un hombre. Es Satanás. Se lo dije al amigo fiel y lo he dejado decir al hijo predilecto. Es Satanás. Si Satanás no se hubiera encarnado -el eterno, torpe remedador de Dios, en una carne mortal-, este poseído no hubiera podido quedar al margen de mi poder de Jesús. He dicho: "poseído". No. Es mucho más: es uno que está anulado en Satanás».

-¿Por qué, Tú que has expulsado los demonios, no lo has liberado? - pregunta Santiago de Alfeo.

-¿Lo preguntas por amor a ti, temiendo ser él? No temas eso.

-¿Yo, entonces?

-¿Yo?

-¿Yo?

-Callad. No digo ese nombre. Uso misericordia. Haced vosotros lo mismo.

-¿Pero por qué no lo has vencido? ¿No podías?

-Podía. Pero para impedir a Satanás encarnarse para matarme habría debido exterminar a la raza humana antes de la Redención. ¿Qué habría redimido, entonces?

-¡Dímelo, Señor, dímelo!

Pedro ha caído de rodillas ante Jesús y lo zarandea frenéticamente, como si el delirio se hubiera apoderado de él.

-¿Soy yo? ¿Soy yo? ¿Me examino? No me parece serlo. Pero Tú... has dicho que te negaré... Y tiemblo... ¡Qué horror ser yo!...

-No, Simón de Jonás, tú no.

-¿Por qué me has quitado mi nombre de "Piedra"? ¿Entonces soy de nuevo Simón? ¿Lo ves? ¡Lo estás diciendo! ... ¡Soy yo! ¿Cómo he podido llegar a esto? Decidlo... decidlo vosotros... ¿Cuándo me he hecho traidor?... ¿Simón?... ¿Juan?... ¡Hablad!...

-¡Pedro! ¡Pedro! ¡Pedro! Te llamo Simón porque pienso en el primer encuentro, cuando eras Simón. Y pienso en cómo has sido leal desde el primer momento. No eres tú. Lo digo Yo: Verdad.

-¿Quién, entonces?

-¡Pues Judas de Keriot! ¿No lo has entendido todavía? - grita Judas Tadeo, que ya no es capaz de seguir conteniéndose.

-¿Por qué no me lo has dicho antes? ¿Por qué? - grita también Pedro.

-Silencio. Es Satanás. No tiene otro nombre. ¿A dónde vas, Pedro?

-A buscarlo.

-Deja inmediatamente ese manto y esa arma. ¿O es que tengo que expulsarte y maldecirte?

-¡No, no! ¡Oh, Señor mío! Pero yo... pero yo... ¿estaré enfermo de delirio? ¡Oh! ¡Oh!

Pedro llora arrojado al suelo a los pies de Jesús.

-Os doy el mandamiento de que os améis. Y que perdonéis ¿Habéis comprendido? Aunque en el mundo haya odio, en vosotros haya sólo amor. Hacia todos. ¡Cuántos traidores encontraréis en vuestro camino! Pero no debéis odiarlos y devolverles mal por mal. Si eso hiciereis, el Padre os aborrecerá a vosotros. Antes de vosotros, fui odiado y traicionado Yo. Y ya veis que Yo no odio. El mundo no puede amar lo que no es como él. Por tanto, no os amará. Si fuerais suyos, os amaría; pero no sois del mundo, pues que Yo os he tomado de entre el mundo. Y por esto sois odiados.

Os he dicho: el siervo no es más que su señor. Si me han perseguido a mí os perseguirán también a vosotros. Si me han escuchado a mí os escucharán también a vosotros. Pero todo lo harán por causa de mi Nombre, porque no conocen, no quieren conocer al que me ha enviado. Si no hubiera venido y no hubiera hablado, no serían culpables, pero ahora su pecado no tiene disculpa. Han visto mis obras, oído mis palabras, y, no obstante, me han odiado, y conmigo a mi Padre. Porque Yo y el Padre somos una sola Unidad con el Amor. Pero estaba escrito (Salmos 35, 19; 69, 5): "Me odiaste sin motivo". Mas cuando venga el Consolador, el Espíritu de verdad que del Padre procede, dará testimonio de mí, y también vosotros lo daréis, porque desde el principio estuvisteis conmigo.

Os digo esto para que cuando sea la hora no quedéis abatidos y escandalizados. Pronto llegará el momento en que os echen de las sinagogas y en que el que os mate pensará que con ello está dando culto a Dios. No han conocido al Padre y tampoco a mí. En esto está su atenuante. Estas cosas no os las he dicho con tanta amplitud antes de ahora porque erais como niños recién nacidos. Pero ahora la madre os deja. Yo me marcho. Deberéis habituaros a otro alimento. Quiero que lo conozcáis.


  1. Ya ninguno me pregunta: "¿A dónde vas?". La tristeza os hace mudos. Y, no obstante, es bueno también para vosotros que me marche; si no, no vendrá el Consolador. Yo os lo enviaré. Y, cuando venga, a través de la sabiduría y la palabra, las obras y el heroísmo que infundirá en vosotros, convencerá al mundo de su pecado deicida, y de justicia en orden a mi santidad. Y el mundo será netamente dividido en réprobos, enemigos de Dios, y creyentes. Éstos serán más o menos santos, según su voluntad. Pero se llevará a cabo el juicio del príncipe del mundo y de sus siervos. Más no puedo deciros, porque todavía no podéis entender. Pero Él, el divino Paráclito, os dará la Verdad entera porque no hablará de sí mismo, sino que dirá todo lo que ha oído de la Mente de Dios y os anunciará el futuro. Tomará lo que de mí viene -o sea, aquello que igualmente es del Padre- y os lo dirá.

Todavía un poco nos veremos. Luego ya no me veréis. Después todavía un poco, y me veréis de nuevo.

Hacéis comentarios entre vosotros y en vuestro corazón. Escuchad una parábola. La última de vuestro Maestro.

Cuando una mujer ha concebido y le llega la hora del parto, se encuentra muy afligida porque sufre y gime. Pero, cuando da a luz a su hijito y lo estrecha contra su corazón, cesa toda pena y la tristeza se transforma en alegría porque un hombre ha venido al mundo.

Lo mismo vosotros. Lloraréis y el mundo reirá a costa de vosotros. Pero luego vuestra tristeza se transformará en alegría, una alegría que el mundo nunca conocerá. Vosotros ahora estáis tristes. Pero cuando volváis a verme vuestro corazón se llenará de un gozo que ninguno podrá arrebataros, una alegría tan plena, que acallará toda necesidad de pedir, tanto para la mente como para el corazón como para la carne. Sólo os alimentaréis de verme de nuevo, y olvidaréis todas las demás cosas. Y,
precisamente desde ese momento, podréis pedir todo en mi Nombre, y el Padre os lo dará, para que vuestra alegría sea cada vez mayor. Pedid, pedid, y recibiréis.

Llega la hora en que podré hablaros abiertamente del Padre. Ello será porque habréis sido fieles en la prueba y todo habrá quedado superado; perfecto, pues, vuestro amor, porque os habrá dado fuerza en la prueba. Y lo que os falte a vosotros Yo os lo añadiré tomándolo de mi inmenso tesoro, y diré: "Padre, Tú lo ves: me han amado y han creído que he venido de ti".

Bajé a este mundo y ahora lo dejo y voy al Padre, y rogaré por vosotros.

-¡Oh, ahora te explicas! Ahora sabemos lo que quieres decir y que Tú sabes todo y respondes sin que nadie te pregunte.

¡Verdaderamente vienes de Dios!

-¿Ahora creéis? ¿En el último momento? ¡Llevo tres años hablándoos! Pero es que ya obra en vosotros el Pan que es Dios y el Vino que es Sangre no venida de hombre, y os comunican el primer estremecimiento de deificación. Seréis dioses si perseveráis en mi amor y en la pertenencia a mí. No como se lo dijo Satanás a Adán y Eva, sino como Yo os lo digo. Es el verdadero fruto del árbol del Bien y de la Vida. El Mal queda vencido en quien se alimente con este fruto, y queda vencida la Muerte. El que coma de él vivirá eternamente y será "dios" en el Reino de Dios. Vosotros seréis dioses si permanecéis en mí. Y, no obstante..., pues, a pesar de tener en vosotros este Pan y esta Sangre -pues está llegando la hora en que os desperdigaréis-,os marcharéis por vuestra cuenta y me dejaréis solo... Pero no estoy solo. Tengo al Padre conmigo. ¡Padre! ¡Padre! ¡No me abandones! Todo os lo he dicho... Para daros paz. Mi paz. Todavía sufriréis opresión. Pero tened fe. Yo he vencido al mundo.

Jesús se levanta, abre los brazos en cruz y dice, luminoso su rostro, la sublime oración al Padre. Juan la reseña integralmente. (Juan 17)

Los apóstoles lloran más o menos visible y ruidosamente. Por último, cantan un himno.

Jesús los bendice. Luego ordena:

-Vamos a ponernos los mantos, ahora. Y vámonos. Andrés, di al dueño de la casa que deje todo así, por deseo mío.

Mañana... os agradará volver a ver este lugar. Jesús lo mira. Parece bendecir las paredes, los muebles, todo. Luego se pone el manto y se encamina, seguido de los discípulos.

A su lado, Juan, en quien se apoya.

-¿No saludas a tu Madre? - le pregunta el hijo de Zebedeo.

-No. Todo está ya hecho. Es más, caminad cautelosos.

Simón, que ha encendido un cirio del candelabro, ilumina el vasto pasillo que conduce a la puerta. Pedro abre cautelosamente la puerta de fuera y salen todos a la calle; luego, accionando un mecanismo, cierran desde fuera. Y se ponen en camino.

Dice Jesús (a María Valtorta):

-Del episodio de la Cena, aparte de la consideración de la caridad de un Dios que se hace Alimento para los hombres, resaltan cuatro enseñanzas principales.

Primera: la necesidad para todos los hijos de Dios de obedecer a la Ley.

La Ley decía que por Pascua se debía comer el cordero según el ritual que había dado el Altísimo a Moisés; y Yo, Hijo verdadero del Dios verdadero, no me consideré, por mi condición divina, exento de la Ley. Estaba en la Tierra: Hombre entre los hombres y Maestro de los hombres. Tenía, por tanto, que cumplir, respecto a Dios, mi deber de hombre como los demás y mejor que los demás. Los favores divinos no eximen de la obediencia y del esfuerzo en orden a una santidad cada vez mayor. Si comparáis la santidad más excelsa con la perfección divina, la encontráis siempre llena de imperfecciones, y, por tanto, obligada a esforzarse a sí misma para eliminarlas y alcanzar un grado de perfección semejante lo más posible al de Dios.

Segunda: el poder de la oración de María.

Yo era Dios hecho Carne. Una Carne que por ser sin mancha poseía la fuerza espiritual para dominar la carne. Y, no obstante, no rehúso -antes al contrario: invoco- la ayuda de la Llena de Gracia, la cual también en esos momentos de expiación encontraría, es verdad, sobre su cabeza, cerrado el Cielo, pero no tanto como para no lograr -siendo Ella Reina de los ángeles arrebatar al Cielo un ángel para el consuelo de su Hijo. ¡Oh, no para ella, pobre Mamá! También Ella saboreó la amargura del abandono del Padre. Pero, por este dolor suyo ofrecido a la Redención, me obtuvo el poder superar la angustia del Huerto de los Olivos y el poder llevar a cumplimiento la Pasión en todo su multiforme rigor (cada uno de cuyos aspectos estaba orientado a lavar una forma y un medio de pecado).

Tercera: el dominio de uno mismo y la soportación de la ofensa,

-el acto de caridad más sublime de todos- pueden poseerlo únicamente aquellos que hacen vida de su vida la ley de caridad, que Yo había proclamado; y no sólo proclamado, sino realmente practicado.

No os podéis hacer una idea lo que fue para mí el tener a mi lado, a la mesa, a mi Traidor; el deber darme a él; el tener que humillarme ante él; el tener que compartir con él el cáliz del rito y poner los labios donde él los había puesto y ofrecer a mi Madre que los pusiera. Vuestros médicos han discutido y discuten sobre mi rápido fin, y lo atribuyen a un daño cardíaco debido a los golpes de la flagelación. Sí, también debido a estos golpes se debilitó mi corazón, pero ya había enfermado en la Cena, quebrantado, quebrantado en el esfuerzo de tener que sufrir a mi lado a mi Traidor. Empecé a morir físicamente entonces. El resto no fue sino un aumento de la agonía ya existente.

Todo lo que pude hacer lo hice, porque era uno con la Caridad. Incluso en el momento en que Dios-Caridad se retiraba de mí

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