"He venido por TODOS mis HIJOS con el deseo de
acercarlos a Nuestros Corazones"




El Señor expuesto las 24  horas del día en vivo y en directo

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LAS HORAS DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Las veinticuatro horas de la Pasión

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Meditaciones Sobre la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.
Para acompañar a Nuestro Señor Jesucristo, en cada Hora de su Pasión

Por Luisa Picarretta, hija de la Divina Voluntad. 
(En proceso de Beatificación)



HORA DE SAN JOSÉ
Para hacer los:
Domingos a la 21 horas
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Mensajes de Dios y la Virgen María (MDM)
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Por RORATE CÆLI -23/11/2014


viernes, 3 de abril de 2015

De la madrugada del Jueves Santo al Viernes Santo
LOS 15 OCULTOS SUFRIMIENTOS Y DOLORES DE JESÚS EN SU PASIÓN
JESÚS, atendiendo los ruegos de la piadosa amantísima Hermana María Magdalena de la Orden de Santa Clara, que vivía santamente en Roma,  que deseaba conocer sus sufrimientos secretos, se le apareció y le reveló y comunicó verbalmente los sufrimientos desconocidos, que había soportado la noche anterior a Su muerte.



Primero:
Amarraron con una cuerda mis pies y me arrastraron escalera abajo hacia un sótano sucio y maloliente.
Todos: Señor, perdóname y perdona a toda la humanidad por lo que a Ti te hicimos.

Segundo:
Me desvistieron y me hincaron el Cuerpo con púas de hierro.
Todos: Señor, perdóname y perdona a toda la humanidad por lo que a Ti te hicimos.

Tercero: 
Me ataron una soga al Cuerpo y me arrastraron por todo el inmundo piso del sótano.
Todos: Señor, perdóname y perdona a toda la humanidad por lo que a Ti te hicimos.

Cuarto:
Me abrazaron a un pedazo de madera y me colgaron, hasta que no pude más. Me solté y caí; mi dolor fue tan grande que lloré lágrimas de sangre.
Todos: Señor, perdóname y perdona a toda la humanidad por lo que a Ti te hicimos.

Quinto:
Me ataron a un poste de madera y traspasaron mi Cuerpo con diferentes armas punzantes: me apedrearon y me quemaron con carbones ardientes y con sus antorchas.
Todos: Señor, perdóname y perdona a toda la humanidad por lo que a Ti te hicimos.

Sexto:
Me traspasaron con lanzas y púas; me arrancaron piel y carne de mi Cuerpo y Venas.
Todos: Señor, perdóname y perdona a toda la humanidad por lo que a Ti te hicimos.

Séptimo:
Me ataron a una columna y me quemaron con latas calientes.
Todos: Señor, perdóname y perdona a toda la humanidad por lo que a Ti te hicimos.

Octavo:
Me pusieron una corona de hierro y me vendaron los ojos con trapos sucios e inmundos.
Todos: Señor, perdóname y perdona a toda la humanidad por lo que a Ti te hicimos.

Noveno:
Me sentaron sobre filosos clavos, los cuales se me clavaron y me produjeron enormes agujeros en mi Cuerpo.
Todos: Señor, perdóname y perdona a toda la humanidad por lo que a Ti te hicimos.

Décimo:
Echaron sobre mis heridas plomo líquido y brea derretida; luego me empujaron y caí bruscamente.
Todos: Señor, perdóname y perdona a toda la humanidad por lo que a Ti te hicimos.

Onceavo: 
Me ultrajaron, y de castigo me incrustaron alfileres y clavos en los huecos que quedaron de mi arrancada piel.
Todos: Señor, perdóname y perdona a toda la humanidad por lo que a Ti te hicimos.

Doceavo:
Me arrojaron sobre una cruz en la cual me ataron tan fuertemente que no podía respirar.
Todos: Señor, perdóname y perdona a toda la humanidad por lo que a Ti te hicimos.

Treceavo:
Me pisaron mi cabeza; uno de ellos pisó mi pecho y luego sacando una espina de mi corona me la clavó en la lengua.
Todos: Señor, perdóname y perdona a toda la humanidad por lo que a Ti te hicimos.

Catorceavo:
Me echaron las más asquerosas inmundicias en mi boca.
Todos: Señor, perdóname y perdona a toda la humanidad por lo que a Ti te hicimos.

Quinceavo: 
Me dijeron las más infames palabras y expresiones denigrantes; me ataron las manos atrás de mi espalda, y me sacaron a golpes y empujones de aquella prisión, a la vez que me azotaban repetidas veces.

Todos: Señor, perdóname y perdona a toda la humanidad por lo que a Ti te hicimos.

Amén.


INVOCACIONES A DIOS PADRE
¡Señor del universo! Te rogamos, que esta humanidad, llevada cada día más al precipicio, se enteren que:

Jesús en su pasión sufrió por todos, ya que cada día hay más soldados clavándolo, y que esos soldados muchas veces, somos nosotros mismos.


§ Que entiendan que a nuestra Santa Madre María le sigue sangrando el corazón, por el dolor de ver nuevamente a su Hijo escarnecido.
§ Que entiendan que cada pecado apaga el fuego del amor ardiente de Sacratísimo Corazón de mi Jesús y del Santísimo Corazón de mi Madre María, y que cada conversión lo vuelve a hacer arder.
§ Que entienda la humanidad que los placeres de este mundo son ínfimos comparados con la gloria de ver y gozar de la Gloria de Dios en el Cielo, y que, más bien, cada pecado, son lanzas nuevas clavadas en el Corazón de Jesús.


Nota: Esto fue revelado a una vidente para orar en grupo... o a solas.



***
Viernes Santo
La muerte de Jesús

Mc. 15. 33-39 Lc. 23. 44-48 Jn. 19. 29-30
45 Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la región. 46 Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz: «Elí, Elí, lemá sabactani», que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». 47 Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: «Está llamando a Elías». 48 En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber. 49 Pero los otros le decían: «Espera, veamos si Elías viene a salvarlo». 50 Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu.

51 Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron 52 y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron 53 y, saliendo de las tumbas después que Jesús resucitó, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a mucha gente. 54 El centurión y los hombres que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: «¡Verdaderamente, este era Hijo de Dios!».

609-La crucifixión, la muerte y el descendimiento.
Del libro :Pasión y Muerte de Jesús (Revelaciones de Jesús a María Valtorta)


(...)María: la nueva Eva. Ella os enseña la nueva religión que lleva el amor hasta el punto de perdonar a quien mata a un hijo. No seáis como Judas, que cierra su corazón ante esta Maestra de Gracia y se desespera diciendo: "Él no me puede perdonar", poniendo en duda las palabras de la Madre de la Verdad, y, por tanto, mis palabras, que siempre habían repetido que Yo había venido para salvar y no para condenar. Para perdonar a aquel que, arrepentido, viniera a mí(...)



sigue..

(...)Es ahora el turno de Jesús. Él se extiende mansamente sobre el madero. Los dos ladrones se rebelaban tanto, que, no siendo suficientes los cuatro verdugos, habían tenido que intervenir soldados para sujetarlos, para que no apartaran con patadas a los verdugos que los ataban por las muñecas. Pero para Jesús no hay necesidad de ayuda. Se extiende y pone la cabeza donde le dicen que la ponga. Abre los brazos como le dicen que los abra. Estira las piernas como ordenan que lo haga. Sólo se ha preocupado de colocarse bien su velo. Ahora su largo cuerpo, esbelto y blanco, resalta sobre el madero oscuro y el suelo amarillo. Dos verdugos se sientan encima de su pecho para sujetarlo. Y pienso en qué opresión y dolor debió sentir bajo ese peso. Un tercer verdugo le toma el brazo derecho y lo sujeta: con una mano en la primera parte del antebrazo; con la otra, en el extremo de los dedos. El cuarto, que tiene ya en su mano el largo clavo de punta afilada y cuerpo cuadrangular que termina en una superficie redonda y plana de1 diámetro de diez céntimos de los tiempos pasados, mira si el agujero ya practicado en la madera coincide con la juntura del radio y el cúbito en la muñeca. Coincide. El verdugo pone la punta del clavo en la muñeca, alza el martillo y da el primer golpe. Jesús, que tenía los ojos cerrados, al sentir el agudo dolor grita y se contrae, y abre al máximo los ojos, que nadan entre lágrimas. Debe sentir un dolor atroz... el clavo penetra rompiendo músculos, venas, nervios, penetra quebrantando huesos...María responde, con un gemido que casi lo es de cordero degollado, al grito de su Criatura torturada; y se pliega, como quebrantada Ella, sujetándose la cabeza entre las manos. Jesús, para no torturarla, ya no grita. Pero siguen los golpes, metódicos, ásperos, de hierro contra hierro... y uno piensa que, debajo, es un miembro vivo el que los recibe. La mano derecha ya está clavada. Se pasa a la izquierda.


El agujero no coincide con el carpo. Entonces agarran una cuerda, atan la muñeca izquierda y tiran hasta dislocar la juntura, hasta arrancar tendones y músculos, además de lacerar la piel ya serrada por las cuerdas de la captura. También la otra mano debe sufrir porque está estirada por reflejo y en torno a su clavo se va agrandando el agujero. Ahora a duras penas se llega al principio del metacarpo, junto a la muñeca. Se resignan y clavan donde pueden, o sea, entre el pulgar y los otros dedos, justo en el centro del metacarpo. Aquí el clavo entra más fácilmente, pero con mayor espasmo porque debe cortar nervios importantes (tanto que los dedos se quedan inertes, mientras los de la derecha experimentan contracciones y temblores que ponen de manifiesto su vitalidad). Pero Jesús ya no grita, sólo emite un ronco quejido tras sus labios fuertemente cerrados, y lágrimas de dolor caen al suelo después de haber caído en la madera. Ahora les toca a los pies. A unos dos metros -un poco más- del extremo de la cruz hay un pequeño saliente cuneiforme, escasamente suficiente para un pie. Acercan a él los pies para ver si va bien la medida. Y, dado que está un poco bajo y los pies llegan mal, estiran por los tobillos al pobre Mártir. Así, la madera áspera de la cruz raspa las heridas y menea la corona, de forma que ésta se descoloca arrancando otra vez cabellos, y puede caerse; un verdugo, con mano violenta, vuelve a incrustársela en la cabeza...Ahora los que estaban sentados en el pecho de Jesús se alzan para ponerse sobre las rodillas, dado que Jesús hace un movimiento involuntario de retirar las piernas al ver brillar al sol el larguísimo clavo, el doble de largo y de ancho de los que han sido usados para las manos. Y cargan su peso sobre las rodillas excoriadas, y hacen presión sobre las pobres tibias contusas, mientras los otros dos llevan a cabo la operación, mucho más difícil, de enclavar un pie sobre el otro, tratando de hacer coincidir las dos junturas de los tarsos. A pesar de que miren bien y tengan bien sujetos los pies, por los tobillos y los dedos, contra el apoyo cuneiforme, el pie de abajo se corre por la vibración del clavo, y tienen que desclavarlo casi (desclavar invirtiendo la posición, o sea, poniendo debajo el pie derecho y encima el izquierdo), porque después de haber entrado en las partes blandas, el clavo, que ya había perforado el pie derecho y sobresalía, tiene que ser centrado un poco más.


Y golpean, golpean, golpean... Sólo se oye el atroz ruido del martillo contra la cabeza del clavo, porque todo el Calvario es sólo ojos atentísimos y oídos aguzados, para percibir la acción y el ruido, y gozarse en ello...Acompaña al sonido áspero del hierro un lamento quedo de paloma: el ronco gemido de María, quien cada vez se pliega más, a cada golpe, como si el martillo la hiriera a Ella, la Madre Mártir. Y es comprensible que parezca próxima a sucumbir por esa tortura: la crucifixión es terrible: como la flagelación en cuanto al dolor, pero más atroz de presenciar, porque se ve desaparecer el clavo dentro de las carnes vivas; sin embargo, es más breve que la flagelación, que agota por su duración.


Para mí, la agonía del Huerto, la flagelación y la crucifixión son los momentos más atroces. Me revelan toda la tortura de Cristo. La muerte me resulta consoladora, porque digo: « ¡Se acabó!». Pero éstas no son el final, son el comienzo de nuevos sufrimientos.Ahora arrastran la cruz hasta el agujero. La cruz rebota sobre el suelo desnivelado y zarandea al pobre Crucificado. Izan la cruz, que dos veces se va de las manos de los que la levantan (una vez, de plano; la otra, golpeando el brazo derecho de la cruz) y ello procura un acerbo tormento a Jesús, porque la sacudida que recibe remueve las extremidades heridas.Y cuando, luego, dejan caer la cruz en su agujero -oscilando además ésta en todas las direcciones antes de quedar asegurada con piedras y tierra, e imprimiendo continuos cambios de posición al pobre cuerpo, suspendido de tres clavos-, el sufrimiento debe ser atroz. Todo el peso del cuerpo se echa hacia delante y cae hacia abajo, y los agujeros se ensanchan, especialmente el de la mano izquierda; y se ensancha el agujero practicado en los pies. La sangre brota con más fuerza. La de los pies gotea por los dedos y cae al suelo, o desciende por el madero de la cruz; la de las manos recorre los antebrazos, porque las muñecas están más altas que las axilas, debido a la postura; surca también las costillas bajando desde las axilas hacia la cintura. La corona, cuando la cruz se cimbrea antes de ser fijada, se mueve, porque la cabeza se echa bruscamente hacia atrás, de manera que hinca en la nuca el grueso nudo de espinas en que termina la punzante corona, y luego vuelve a acoplarse en la frente y araña, araña sin piedad. Por fin, la cruz ha quedado asegurada y no hay otros tormentos aparte del de estar colgado. Levantan también a los ladrones, los cuales, puestos ya verticalmente, gritan como si los estuvieran desollando vivos, por la tortura de las cuerdas, que van serrando las muñecas y hacen que las manos se pongan negras, con las venas hinchadas como cuerdas. Jesús calla. La muchedumbre ya no calla; antes bien, reanuda su vocerío infernal. Ahora la cima del Gólgota tiene su trofeo y su guardia de honor. En el extremo más alto, la cruz de Jesús; a sus dos lados, las otras dos. Media centuria de soldados con las armas al pie rodeando la cima. Dentro de este círculo de soldados, los diez desmontados del caballo jugándose a los dados los vestidos de los condenados.

En pie, erguido, entre la cruz de Jesús y la de la derecha, Longinos que parece montar guardia de honor al Rey Mártir. La otra media centuria, descansando, está a las órdenes del ayudante de Longinos, en el sendero de la izquierda y en el rellano más bajo, a la espera de ser utilizados si hubiera necesidad de hacerlo. Los soldados muestran una casi total indiferencia; sólo alguno,de vez en cuando, alza la cabeza hacia los crucificados. Longinos, sin embargo, observa todo con curiosidad e interés, compara y mentalmente juzga: compara a los crucificados -especialmente a Cristo- con los espectadores. Su mirada penetrante no se pierde ni un detalle, y para ver mejor se hace visera con la mano porque el sol debe molestarle. Es, efectivamente, un sol extraño; de un amarillo-rojo de llama Y luego esta llama parece apagarse de golpe por un nubarrón de pez que aparece tras las cadenas montañosas judías y que corre veloz por el cielo para desaparecer detrás de otros montes. Y cuando el sol vuelve a aparecer es tan intenso, que a duras penas lo soportan los ojos.

Mirando, ve a María, justo al pie del escalón del terreno, alzado hacia su Hijo el rostro atormentado. Llama a uno de los soldados que están jugando a los dados y le dice: -Si la Madre quiere subir con el hijo que la acompaña, que venga. Escóltala y ayúdala. Y María con Juan -tomado por hijo- sube por los escalones incididos en la roca tobosa -creo- y traspasa el cordón de los soldados para ir al pie de la cruz, aunque un poco separada, para ser vista por su Jesús y verlo a su vez.

La turba, enseguida, le propina los más oprobiosos insultos, uniéndola a su Hijo en las blasfemias. Pero Ella, con los labios temblorosos y blanquecidos, sólo busca consolarlo con una sonrisa acongojada en que se enjugan las lágrimas que ninguna fuerza de voluntad logra retener en los ojos. La gente, empezando por los sacerdotes, escribas, fariseos, saduceos, herodianos y otros como ellos, se procura la diversión de hacer como un carrusel: subiendo por el camino empinado, orillando el escalón final y bajando por el otro sendero, o viceversa; y, al pasar al pie de la cima, por el rellano inferior, no dejan de ofrecer sus palabras blasfemas como don para el Moribundo. Toda la infamia, la crueldad, el odio, la vesania de que, con la lengua, son capaces los hombres quedan ampliamente testificadas por estas bocas infernales. Los que más se ensañan son los miembros del Templo, con la ayuda de los fariseos.-¿Y entonces? Tú, Salvador del género humano, ¿por qué no te salvas?(...)

sigue...

(...)Pero el mal ladrón continúa sus imprecaciones. Jesús calla. Jadeante por el esfuerzo de la postura, por la fiebre, por el estado cardiaco y respiratorio, consecuencia de la flagelación sufrida en forma tan violenta, y también consecuencia de la angustia profunda que le había hecho sudar sangre, busca un alivio aligerando el peso que carga sobre los pies suspendiéndose de las manos y haciendo fuerza con los brazos. Quizás lo hace también para vencer un poco el calambre que ya atormenta los pies y que es manifiesto por el temblor muscular. Pero las fibras de los brazos -forzados en esa postura y seguramente helados en sus extremos, porque están situados más arriba y exangües (la sangre a duras penas llega a las muñecas, para rezumar por los agujeros de los clavos, dejando así sin circulación a los dedos)- tienen el mismo temblor. Especialmente los dedos de la izquierda están ya cadavéricos y sin movimiento, doblados hacia la palma. También los dedos de los pies expresan su tormento; sobre todo, los pulgares, quizás porque su nervio está menos lesionado: se alzan, bajan, se separan.

Y el tronco revela todo su sufrimiento con su movimiento, que es veloz pero no profundo, y fatiga sin dar descanso. Las costillas, de por sí muy amplias y altas, porque la estructura de este Cuerpo es perfecta, están ahora desmedidamente dilatadas por la postura que ha tomado el cuerpo y por el edema pulmonar que ciertamente se ha formado dentro. Y, no obstante, no son capaces de aligerar el esfuerzo respiratorio; tanto es así, que todo el abdomen ayuda con su movimiento al diafragma, que se va paralizando cada vez más. Y la congestión y la asfixia aumentan a cada minuto que pasa, como así lo indican el colorido cianótico que orla los labios, de un rojo encendido por la fiebre, y las estrías de un rojo violáceo que pincelan e1 cuello a lo largo de las yugulares túrgidas, y se ensanchan hasta las mejillas, hacia las orejas y las sienes, mientras que la nariz aparece afilada y exangüe y los ojos se hunden en un círculo que, donde no hay sangre goteada de la corona, aparece lívido.

Debajo del arco costal izquierdo se ve la onda -irregular pero violenta- propagada desde la punta cardiaca, y de vez en cuando, por una convulsión interna, se produce un estremecimiento profundo del diafragma, que se manifiesta en una distensión total de la piel en la medida en que puede estirarse en ese pobre Cuerpo herido y moribundo.

La Faz tiene ya el aspecto que vemos en las fotografías de la Síndone, con la nariz desviada e hinchada por una parte; y también el hecho de tener el ojo derecho casi cerrado, por la hinchazón que hay en ese lado, aumenta el parecido. La boca, por el contrario, este abierta, y reducida ya a una costra su herida del labio superior.

La sed, producida por la pérdida de sangre, por la fiebre y el sol, debe ser intensa; tanto es así que Él, con una reacción espontánea bebe las gotas de su sudor y de su llanto, y también las de sangre que bajan desde la frente hasta el bigote, y se moja con estas gotas la lengua...La corona de espinas le impide apoyarse al mástil de la cruz para ayudarse a estar suspendido de los brazos y aligerar así los pies. La zona lumbar y toda la espina dorsal se arquean hacia afuera, quedando Jesús separado del mástil de la cruz del íleon hacia arriba por la fuerza de inercia que hace pender hacia adelante un cuerpo suspendido, como estaba el suyo. Los judíos, rechazados hasta fuera de la explanada, no dejan de insultar, y el ladrón impenitente hace eco. El otro, que mira con piedad cada vez mayor a la Madre, y que llora, le reprende ásperamente cuando oye que en el insulto está incluida también Ella(...)

sigue...

(...)Los otros soldados, que estaban jugando a los dados, han dejado de hacerlo y se han puesto en pie; se han puesto también los yelmos, que habían servido para agitar los dados, y están en grupo junto a la pequeña escalera excavada en la toba, silenciosos, atentos. Los otros están de servicio y no pueden cambiar de postura. Parecen estatuas. Pero alguno de los más cercanos, y que oye las palabras de María, musita algo entre los labios y menea la cabeza.

Un intervalo de silencio. Luego nítidas en la oscuridad total las palabras:

-Todo está cumplido! - y luego el jadeo cada vez más estertoroso, con pausas de silencio entre un estertor y el otro, pausas cada vez mayores.

E1 tiempo pasa al son de este ritmo angustioso: la vida vuelve cuando el respiro áspero del Moribundo rompe el aire; la vida cesa cuando este sonido penoso deja de oírse. Se sufre oyéndolo, se sufre oyéndolo... Se dice:

-¡Basta ya con este sufrimiento! - y se dice: -¡Oh, Dios mío, que no sea el último respiro!

Las Marías lloran, todas, con la cabeza apoyada contra el realce terroso. Y se oye bien su llanto, porque toda la gente ahora calla de nuevo para recoger los estertores del Moribundo.

Otro intervalo de silencio. Luego, pronunciada con infinita dulzura y oración ardiente, la súplica:

-¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! Otro intervalo de silencio. Se hace leve también el estertor. Apenas es un susurro limitado a los labios y a la garganta. Luego... adviene el último espasmo de Jesús(...)

Del libro: Pasión y Muerte de Jesús (revelaciones de Jesús a María Valtorta)

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